domingo, 21 de diciembre de 2014

El hombre celoso.

Una mixtura de angustia kierkegaardiana, de las teorías de Vilar, de un «Otelo» y de una «Sonata a Kreutzer», unidos hasta cierto punto al recuerdo de una experiencia personal.



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–¡Era mía!– silabeó violentamente a las violáceas paredes de su despacho.
Lo que antes era había dejado de ser. Sí, es cierto, había transcurrido más de un año, pero aun así para él había habido una insoportable brusquedad. Pero tratar de poner las cosas en claro le relajaba temporalmente.
–Vamos a ver; si ella estaba enamorada de mí... ¡Estaba incondicionalmente enamorada de mí! –se levantó de la silla inconscientemente–. Entonces, ¿por qué se ha ido? Cuando la maltrataba ella me siguió queriendo... Y luego de seis meses, quizá siete, se fue distanciando. Pero, ¿cómo explicarme la progresión...? ¡Me ha ganado, me ha vencido! Ahora es ella la que me tiene a su merced, la que sujeta la sartén por el mango (y en ella me frío, me frío confuso como un loco). Cuando me enteré que estaba... (qué dolor insoportable es solo pensarlo), que estaba con otro... Con ése... Fue como si un camión descargara agua helada sobre mí, reduciéndome a un ser diminuto atrapado en una enorme pesadilla. De repente fui nada. ¿Cómo puedo explicarme haber pasado de todo a nada en su mente? No hay lógica, no hay explicación; pero he de seguir buscando...
Andando frenéticamente de una pared a otra musitaba a veces, otras exclamaba, otras dejaba entrecortadas frases ininteligibles.
–Esa frialdad insoportable... Veamos: yo podía tratarla con superioridad, pero había una razón para ello, es decir, que era claramente superior a ella. Y lo soy, sin duda alguna. Ahora está con ese mentecato, ese ser ordinario. Ahora estoy tan humillado y necesitado que incluso me veo tentado a convencerme de que ella ha tomado mucha delantera. ¿En qué punto me quedé atascado?
»Yo la conquisté (¡muy laboriosamente!), me adapté a ella como el metal líquido en el molde, adiviné todas sus preferencias y con mucho tiento la fui atrayendo hacia mí. Yo fui el que la conseguí. Si por ella fuera, nada hubiera pasado. ¡Si por las mujeres fuera, nada pasaría! Y así la fui haciendo mía. Esto puede parecer perverso, pero, ¿qué otra alternativa tenía? ¿Hay alguna manera de conquistar a una mujer que no sea perversa? Los hombres buenos son despreciados, incluso ridiculizados (y particularmente por las mujeres); a lo único que pueden aspirar es a esa clase de féminas que requieren de un esclavo total: incondicional y tan previsible que no dé problema alguno a lo largo del tiempo. Las mujeres aman, consciente o inconscientemente, a los hombres malvados, lo admitan o no. Pero eso solo no vale. También hay que saber jugar, ya que si solo eres un muro no hay interacción. El malo es en última instancia también un esclavo, un malo ha de ser un ganador ganable si quiere seducir a una muchacha. Eso hice yo –se interrumpió y quedó unos segundos mirando a la nada–. ¡Aún recuerdo su mirada la primera vez que nos besamos! –un eco de victoria demasiado lejano atravesó como un halcón su pecho–; sus ojos abiertos de par en par, relucientes, que me decían "Soy tuya, tómame".
»Pero aquello era insoportable. ¿Qué hacía ella a cambio de mis incansables esfuerzos?  ¿Qué hacía a cambio de que yo hiciera de psicólogo, de acróbata, de amante perfecto; escuchara sus fruslerías incansablemente? Criticaba a las mujeres de su entorno, a las mismas a las que trataba amablemente cara a cara, a las mismas a las que tenía envidia por el mero hecho de obtener mayor presencia en su círculo. Debía, por supuesto, darle la razón (¡qué hostilidad sinuosa dejaba entrever si no lo hacía!). Ella era la más especial, la única, la incomparable, la más inteligente... Creo que la mitad de la conquista radicaba en referirle tales halagos de una manera ingeniosa, ya que hay que hacer un puente que cruce el empalago sin tocarlo. Y de vez en cuando había que soltar un estúpido "Te quiero" o un "Qué guapa estás". ¡Ya he dicho casi todo! Todas las mujeres poseen una fantasía, yo encontré la suya, la alimenté. Cuando la fantasía de una mujer se hace verdad, cuando consigues hacerle creer que es lo único que hay en el mundo, entonces ya es tuya..., al menos mientras seas capaz de sostener esa ilusión, y es difícil, a cada día hay que inventar algo nuevo, y al más ingenioso también se le acaban más pronto que tarde las ideas.
»¡Pero he ahí lo que he dicho! ¡Es fundamental! "Cuando consigues hacerla creer que es lo único que hay en el mundo..." ¿Y dónde está su hombre? ¡No está, no está en ningún lado! Por eso le cogí odio, un desprecio visceral, al principio tan instintivo que no sabía de dónde salía y creí que simplemente me había vuelto malvado. Un hombre desprecia a una ingenua mujer que le ama incondicionalmente y él es el malo. ¡Eso es una infamia! Ella lo merecía todo, ella fue la que me sacó de mis casillas. Si al menos se hubiera interesado algo por mí... ¿Qué sabía de mí? Casi nada, ella no atendía a eso. Ella iba siempre a lo suyo. Cuando insinuaba un problema se tornaba diplomática pero sin cejar de economizar sus falsos esfuerzos: solo iba hasta donde iba por una cuestión de lógica básica, por una cuestión de sentido de la gratitud.
Cogió un lápiz y comenzó a apuntar determinadas ocurrencias sobre el caso. Le irritó lo indecible que el cuaderno estuviera abarrotado. Pasó las páginas a toda velocidad en busca de un espacio aireado, rasgando algunas en el proceso. Una vez cerciorado la inutilidad del cuaderno, encendió el ordenador y abrió una foto de ella, angelical y sonriente.
–Ah, falsa imagen. Yo te conozco. Tú no eres esta cara. Tú eres un parásito, un ser inservible. ¿Por qué mientes así, por qué te adornas, es que para ti todo es un tratar atraer? Inútil. Ahora es radiante, pero en su momento llegué a sentir repulsión. Su belleza desaparecía, todo era una máscara, una farsa que me pesaba como plomo. Me fijé en el vello de los morros, en sus gestos, en sus necias palabras... todo empezó a parecerme intolerablemente repugnante...
»Pero mira, pensemos en un informático, en un apasionado de los ordenadores. Obviamente, estará al tanto de todas las características, de todos los formatos, rendimientos, microprocesadores, tarjetas gráficas, memorias... Obtiene un ordenador fabuloso, de última generación. ¡Cómo amaría a su ordenador! ¡Cómo lo cuidaría, lo prevendría de cualquier daño! Celosamente lo guardaría, y probablemente pensaría en él durante gran parte del día, estar manipulándolo le elevaría a un estado de placer y abstracción casi vitales para él. Pues eso sucede con las mujeres. O por lo menos lo que sucedió con ella. Si a nuestro informático se le estropease el ordenador, o, digamos, un virus volviera su sistema operativo contra él, entonces sufriría mucho durante un tiempo más bien corto. Porque en cuanto tuviera la capacidad adquisitiva suficiente, comprará otro incluso mejor y olvidará por completo el anterior, ya no lo necesitará. ¡Eso es exactamente lo que ha sucedido! Ella estaba confundida: se pensaba que me amaba. ¡Qué intolerable! Ella no me amaba a mí, amaba el servicio tan espectacular que le estaba suministrando día a día. Una vez ese servicio no se produce, entonces se siente de golpe desengañada, liberada... y a eso llámelo con un cinismo malévolo madurar. Entonces se convence sin siquiera mediar palabra ni pensamiento que en la vida se ha de mirar siempre para adelante... Sí, estoy seguro de que piensa que está buscando la felicidad, la felicidad que se merece. ¡Abyecta rata! Si al menos se confesara su vileza con franqueza..., pero esto es intolerable. Si al menos dijera: "Este producto hace tiempo que no suministra el servicio que requiero, es más, durante más tiempo del que una señorita debería soportar se ha vuelto un incordio..., ¿qué me impide ir en busca de otro producto, otra herramienta? Lo que importa es el servicio". Pero no, ella ha quedado como la santa y yo como el malvado que ha recibido su justo merecido.
Miró la foto de ella y, sin saber por qué, se tornó profundamente melancólico en cuestión de un minuto. Acarició su rostro en la pantalla. Era como si de pronto ansiara su perdón, olvidara todos los reproches que le había hecho, que le disparaba frenéticamente día a día, hora a hora, minuto a minuto.
–Deberíamos poder empezar de nuevo. Podemos ser sinceros el uno con el otro por primera vez. Ah, pero si fuera sincero, si me mostrase tal y como soy en verdad... ¿acaso me amarías? No, claro que no. Y de todas formas da lo mismo, ella ya ha encontrado a otro producto que le contente.
»Me lo ha puesto muy fácil en ese sentido. Yo era inteligente, en cambio él es ordinario (¡sí, es objetivamente ordinario, es insoportablemente ordinario!). Le he investigado compulsivamente. Presumo de conocerle mejor que ella (¿y qué le importa a ella conocernos de verdad?). Ella halagaba mi inteligencia, probablemente porque le servía de adorno hacia sus amigas. ¿Por qué este cambio tan brusco? Él y yo no nos parecemos en nada. ¿Cómo ha podido cambiar hasta ese punto...? ¡Tampoco ha pasado tanto tiempo, maldita sea! Parece mentira... Cómo hemos llegado a esto. Quién le hubiera dicho que... Yo le dije, sí, le dije una vez que acabaría con otro, cuando estaba casi convencido de dejarla. En el fondo yo lo sabía todo. Entonces ella me miró muy seriamente y con una convicción aparentemente inquebrantable me dijo "No, no habrá ningún otro". ¡Un año y medio has tardado en cambiar de opinión cacho de perra! Era indigna..., supongo que en última instancia sé perfectamente que sigue siéndolo. Yo no la dejé así por la ligera. Yo estaba plenamente convencido, hacía meses que no podía ni verla, me resultaba insoportable, sus conversaciones estúpidas y centradas en ella me estaban quitando el oxígeno. No me merecía lo más mínimo, yo era, yo soy diez veces ella. ¿Entonces por qué no puedo parar de pensar en ella, de darle a todo vueltas una y otra vez? Jamás he sufrido tanto.
Se tumbó en la cama boca abajo, la cabeza hundida en un incómodo cojín. Pese a ello, con los nervios destrozados, se quedó dormido.
Soñó con ella, soñó que la veía, que podía hablarle, que podía justificarse, poner las cosas en claro. De repente aparecía él, y unas ganas enormes de apuñalarle electrocutaba sus sentidos. Al borde de la locura, asió el aire como si sujetara un cuchillo, pero justo cuando iba a matar a ese impostor indigno que le humillaba y profanaba su más alto baluarte, su más sagrado templo, se dio cuenta que no le odiaba lo suficiente. Se detuvo. Observó su rostro elegante, sus ojos simpáticos, su expresión monótona que anunciaba a los cuatro vientos una mediocridad absoluta. Se volvió hacia ella. Un fuego quemaba su corazón sin impedir su funcionamiento, que era el de un mecanismo enloquecido. La mano se levantó por sí sola, él tenía grabado en su instinto una justificación perfectamente lógica y loable, así que su brazo descendió, descendió y descendió, a la par gritando como un poseso, ansiando la venganza que restituiría su honor, que devolvería todo el padecimiento que le había estado causando. Pero algo le dejó paralizado. Trató de zafarse, pero todo era en balde, era una estatua. Ella le miró jocosamente, casi vulgarmente, y comenzó a engordar rápidamente. Bajo su obesidad oyó una risa, e inmediatamente despertó en su cama con la respiración entrecortada agitando su pecho sudoroso.
No había pasado un segundo y los dilemas brotaron de sus labios como estertores convulsos. Al principio no sabía lo que decía ni por qué lo decía –estaba demasiado adormilado–, pero cada vez tomaba más control sobre su conciencia hasta que terminó de despejarla la luz artificial de la hiriente bombilla. Pero seguía hablando, en susurros fragmentados, como si hablar demasiado alto fuera indelicado, como si por otra parte simplemente pensar redujera su debate infatigable a la nada. Y era precisamente la conciencia de "nada" lo que él quería alejar de sí. Él pensaba que debía ser importante, debía ser una opción, y para ello el problema debía perpetuarse. Ése era el único camino a la solución, es decir, al momento en que ella se diera cuenta de que su pareja no valía ni la mitad de la mitad que él, cuando se diera cuenta de que su decisión era precipitada y errónea, cuando se decidiera a retomar el contacto, a hablar, a llegar a un acuerdo...
Pero nada de eso sucedía. Los meses pasaban, y nada sucedía. "Nada", aquello que precisamente anhelaba con todo su alma evitar.
–(...) se considera demasiado madura y honesta como para vengarse de mí, pero no me cabe la menor duda que se jacta... ¡Intuye perfectamente el tormento al que me está sometiendo! ¡Qué cinismo más rastrero, más insoportable! ¡Qué injusticia! ¡Solo una actuación tajante e impactante podría llegar a solucionar esto, a restaurar mi honor destrozado! Ah, pero no me atrevo... Haría un ridículo espantoso, ¡es una locura, una locura...!
No tenía ninguna gana de salir, pero, sintiendo que le faltaba el aire, se vistió rápidamente y como un autómata de mirada perdida y labios febriles bajó a la calle. En el paseo, si bien las rachas de viento le relajan un poco, dirigía la mirada hacia toda mujer que se encontraba. Toda mujer era susceptible de ser ella. Cuando alguna mostraba un parecido mínimamente razonable a primera instancia, notaba su corazón acelerarse violentamente.
–La detesto con todo mi alma, pero a la vez la necesito, oh, la necesito tanto... Sé perfectamente que me es intolerable, ¡por eso mismo la dejé! Pero la necesito, su piel, sus ojos..., sus ojos declarando su entrega total hacia mí. Ella era un consuelo. Necesito a alguien que me admire, que suspire por mí. Necesariamente ese alguien tiene que ser una mujer. Ella era propicia para el caso. Es guapa. Podía decir: "¡Mirad, ésa belleza la he conquistado yo! ¿Cómo os lo explicáis?" No la quería, no la requería..., pero saber que estaba allí, siempre dispuesta, siempre como última alternativa, como recurso de emergencia en mis momentos bajos...
»Pero no merece la pena. Creo que sé por lo que padezco esta tormenta constante. Creo que no es ella. No. ¡Ella sólo lo representa! Pero hay algo detrás... ¿Cómo voy a querer siquiera a un ser infantil y caprichoso que solo retribuía mis constante esfuerzos con mero sexo, a un ser que tan pronto se enamora de alguien como yo como de alguien diametralmente opuesto, el imbécil ése, con tal de que ambos le proporcionáramos las atenciones que requiere? ¡Sí, sin duda hay algo detrás! Si al menos tuviera la mente más despejada... ¡Ella no es el misterio! Hago montañas de sus caprichos, como si algo inextricable guardaran fuera de mi comprensión ofuscada, pero la verdad de sus acciones es la más simple y obvia, ¡por eso me resisto a creerla! ¿Cómo voy a admitir así como así que me vinculé con una mezquina exprimidora de hombres? Porque, más allá de ella, ¿en qué lugar me dejaría eso a mí? ¡Creí haber logrado un trofeo de alta categoría, y solo era un parásito más! Solo presté atención a su belleza y a su actitud ambigua constantemente encubriendo su esterilidad total de carácter... Y eso lo interpreté de manera infame como atributos fantásticos, y también su habilidad sexual... No. Ella es como una niña. Ayer me quería a mí y hoy quiere a éste. Mañana seguramente querrá a otro. De los hombres anteriores ningún afecto ni necesidad guarda. En cambio yo sí, porque yo poseo pensamiento abstracto, ella solo utilitario... Por eso es tan fría, tan despiadada, tan injusta. ¿Y cómo sí sufro por ella, casi dos años después, aun sin haberla amado y ni tan siquiera respetado nunca, ella no quiere saber absolutamente nada de mí, cuando en su momento me veneraba con toda franqueza? Yo he perdido algo enorme..., al menos mi instinto; en cambio el suyo ha sido completamente equilibrado con su nueva adquisición... ¿Quién me iba a decir a mí que saldría perdiendo a la larga, que mi sufrimiento iba a ser, pese a todo, exponencial al suyo? Pero esta tortura me viene bien, supongo que es un tránsito necesario. ¡Cuánto aprendo, pese a todo! Ella alababa mi inteligencia... Ahora de éste alabará, que sé yo, su habilidad para arreglar un motor. ¡Qué detestable! ¡A ella le es completamente secundario toda la inteligencia del mundo y toda habilidad de reparar artefactos, ella solo elige y aprecia el trato, meramente el servicio!
»Pero soy un miserable –dejó de mover los labios al darse cuenta después de un buen rato de que la gente le miraba de manera extraña al pasar, pero volvía a hablar al aire en cuanto tenía ocasión–. Todas estas necesidades por las que sufro, ¿no son también una vileza? Sí, por mucho más complejas que sean, son también fallos, vanidad pura. Creo que lo entiendo... No es ella lo que me aterra perder, lo que me hace sentir el hombre más humillado y desdichado del planeta. Es lo que implica, lo que simboliza. Es la soledad a lo que profeso pánico. Es no tener a nadie, es el sentimiento que me invade de estar desperdiciando mi juventud... Pero, ¿cómo es posible? ¿Acaso lo que compartí con ella puede considerarse aprovechar la juventud? ¡Al demonio! Ella gana si consigue esclavizar a un hombre, yo gano gano si consigo que una mujer me esclavice. Lo demás son los gustos que tenga cada uno, pero lo principal es lo que he dicho. Necesito una guía, y esa guía es una mujer. Sin ella las posibilidades de la existencia son monstruosamente inabarcables. La libertad es monstruosa, ahora me doy cuenta. Siento un vértigo visceral. ¿Cómo va a sentir ella algo así? No podría ni tan siquiera imaginarlo, sólo es una pobre imbécil de apetencias infantiles, huecas y cínicas. Los hombres nos pasamos la vida lamiendo el culo a una mujer sin entender exactamente el porqué, eso es lo que saco en claro. Los hombres necesitamos el látigo en la espalda. El dolor del látigo es un bendito placer en comparación con el dolor de la libertad. ¿Es tan simple como eso? ¿Toda la historia ha sido así, de principio a fin? ¿Es que no existe el romanticismo de las películas, de las novelas? ¡Es todo mentira, es todo una farsa abominable! El amor entre hombres y mujeres no existe, es una explosión química, un orgasmo de vanidad; ambos luchan únicamente por su preservación personal. Los hombres somos unos jabalís..., y nos consideramos mas dignos que el cerdo solo por tener colmillos. ¡Qué absurdo! Y ella es como un gato. ¡Sí, exactamente como un gato! Debería sentirme agradecido por llegar a estas conclusiones. Pero no, en absoluto, lo único que hacen es angustiarme lo indecible. ¡Y esa angustia es doble en cuanto a que me hace sentir que es la verdad!
Se sentó maquinalmente en el banco de un pequeño parque vacío. Tras mirar bruscamente a su alrededor –como si despertara por primera vez desde que se levantó de la cama de un trance profundo– hundió su cabeza entre sus dos manos, sumido de nuevo en eternas reflexiones punzantes.
–No debí tratarla tan tiránicamente. Sí, puede que lo mereciera, pero aún así no fue lo correcto. Pero qué más da ya. ¿Qué iba a saber yo entonces? Se me antoja que todo ocurrió como si hubiera estado dispuesto, como si ninguno de los dos tuviera otra opción. Hice bien en dejarla. Sí, a pesar de todo sigo poseyendo un instinto atinado..., él siempre me lleva meses o incluso años de ventaja. ¡Ah! Pero está siendo tan duro alcanzarle esta vez... Pero demostraré que estoy a la altura. ¿Llegará el día en que mire la foto de ella y no bulla en mí la necesidad de revancha, el vil requerimiento de poseerla, el ridículo instinto de someterme a ella? Llegará un momento en que pueda tratar con total serenidad a las mujeres. Pero ahora..., ahora estoy destruido. Soy una ruina ambulante. ¡Miren, miren lo que han conseguido! Seguro que no podría evitar sentirse satisfecha. Pero está condenada a un lamentable bienestar, como todos. ¡Ni siquiera se lo imagina! Ésa será mi venganza. Ella nunca lo sabrá. Pero conque lo sepa yo es suficiente. Ahora le protege la juventud..., pero el paso de los años le descubrirá su estupidez, verá que ha caído en el error en el que alegremente se precipitan todos. ¡Puedo figurarme cómo echará entonces, con treinta, cuarenta o cincuenta años, la culpa al resto! ¡Él, si se convierte en su marido, será el culpable de su infelicidad! Y entonces dirá que tiene derecho a ser feliz y le será infiel, o pedirá el divorcio, quién sabe si los niños de rehenes de por medio. La gente cree que estos hechos son excepciones, pero la verdad es que están a la orden del día; lo raro es precisamente lo contrario. Está condenada a ser una niña maligna toda su vida... Pero ahora me toca a mí morder el estiércol. ¿No es acaso mi propio estiércol? El tiempo pasará... Mi honor volverá. Solo hay que ser paciente. Claro, el honor, el honor.



[Imagen obtenida de https://www.flickr.com/photos/akristc/]

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