miércoles, 3 de diciembre de 2014

«Pedro Páramo» de Juan Rulfo.

El tiempo, la vida y la muerte pierden sus límites lógicos en una novela de lenguaje exquisito en la que dos tramas principales vinculadas giran fragmentadas en torno a Comala, escenario que recogerá algunos de los soliloquios, descripciones y experiencias más desgarradores a la par que bellos de la historia de la literatura, en una sucesión de personajes de hablares simples y provincianos que aluden a la identificación mediante realismo en mitad de toda esa evanescencia lírica a la que sólo se puede llegar a través del subconsciente y la sensibilidad y que puede provocar sugestión profunda

Antes de nada...

Si el lector no se encontrara en la disposición de leer el análisis entero, recuerdo que existe una conclusión al final a modo de reseña literaria.

Es curioso cómo en esta obra es casi imposible hablar de "spoiler", dado que todo pesa igual. Pretendo, no obstante, centrarme en lo que me transmitió la lectura, en su esencia e intención, y no en la trama en sí. Se incluyen unos pocos fragmentos de apoyo sustancial para el análisis que no malogran un ápice el interés por la lectura (más bien diría que al contrario).

No voy a destacar determinadas líneas como en otros casos porque el análisis está bastante concentrado.

La primera imagen corresponde a la edición de la obra que he empleado para la lectura.

Agradezco cualquier impresión o corrección. Un saludo.


Análisis:

«Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya gastadas por el uso. Todo eso oyes. Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen.»

«Pedro Páramo». Una obra que merece dimensión aparte. Da igual las veces que se lea, siempre se saca algo nuevo. Su lenguaje es absolutamente excelso. Su fuerza es abrumadora hasta el punto de dejarte desconcertado al terminar la última página. "¿Ahora? ¿Qué ha pasado exactamente? ¿Por qué estoy de pronto aquí, en mi cama? ¿Por qué no sigo en Comala?", como cuando despertamos de un profundo y extraño sueño y nuestra consciencia toma su tiempo en calibrar, como una cámara al enfocar el objetivo, como al sacar la cabeza del agua del mar. Vaya un contraste.



Edición 2011 de RM Verlag (diseño de cubierta: Jose Luis Lugo).



Aquellos que aúnan amor a la literatura con exigencia máxima quedarán ineludiblemente colmados. Su sensibilidad es tal que tira de todas las fibras hacia sí, te descubre flotando. Sus ángulos proyectan difusión a la vez que brillos claramente reconocibles en sus fogonazos. Su técnica de fragmentación hace encajar tan bien sus diferentes piezas –como diminutos cuentos íntimamente interconectados– que genera una sugestión vigorosa hasta quizá lo irrepetible. Nunca he visto una prosa que declare tan exquisitamente poesía pura, en un elaborado marco en el que sobriedad e intensidad parecen una sola corriente. Son algo más de cien páginas de novela, pero su esencia está tan concentrada que terminas con la noción muy real de haber pasado por una historia larga como la humanidad y de una riqueza impagable. Hay que saborear el lenguaje proposición a proposición, haciendo eventuales altos en el camino, pero no con pesar, sino con deleite y asombro.



«El agua que goteaba de las tejas hacía un agujero en la arena del patio. Sonaba: plas plas y luego otra vez plas, en mitad de una hoja de laurel que daba vueltas y rebotes metida en la hendidura de los ladrillos. Ya se había ido la tormenta. Ahora de vez en cuando la brisa sacudía las ramas del granado haciéndolas chorrear una lluvia espesa, estampando la tierra con gotas brillantes que luego se empañaban. Las gallinas, engurruñadas como si durmieran, sacudían de pronto sus alas y salían al patio, picoteando de prisa, atrapando las lombrices desenterradas por la lluvia. Al recorrerse las nubes, el sol sacaba luz a las piedras, irisaba todos los colores, se bebía el agua de la tierra, jugaba con el aire dándole brillo a las hojas con que jugaba el aire.»



Tal es la explosión sensorial que se ha convertido en el primer trabajo literario que me ha hecho oler. Sí, oler, literalmente. He exhalado la tierra húmeda bajo la lluvia, el aroma del limonero, el aire viciado deslizándose entre las grietas de casas abandonadas, la cera de la vela ahogándose en sí misma, el maíz, el romero..., el polvo seco como la muerte. Y el tacto de tablones viejos, carcomidos, las maltrechas tejas golpeadas por el repentino aguacero; el frío sudor en el colchón y en la frente de una muchacha delirante, las lágrimas de un cura bajo el peso de su conciencia resquebrajada. La sangre..., la sangre que hierve bajo el calor opresivo que roba el aire directamente de los pulmones.

La trama –si podemos hablar de ella en términos estrictos– nos coloca en primera instancia en la situación de Juan Preciado, un hombre que ha hecho la siguiente promesa –a su vez famoso comienzo de la obra– a su madre moribunda, en la que se percibe ya desde el principio el eje de una búsqueda de las raíces:



«Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. "No dejes de ir a visitarlo –me recomendó–. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte". Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.

Todavía antes me había dicho:
–No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
–Así lo haré, madre.»


Pero el protagonista es, por supuesto, Pedro Páramo. Un personaje omnipotente, que vive en un infierno («En la boca del infierno»), el cual gobierna de manera inmisericorde. Es un tirano, un asesino, un violador, un estafador, un monstruo que asfixia a sus gentes, para el que nada vale nada si no le aporta un beneficio, sino le sirve como herramienta para prevalecer. A pesar de ser el hombre más rico del pueblo –sería justo decir que el único rico–, no se hace cargo de ninguno de sus hijos. Si algo se pone en su camino lo aplasta y punto.



«–Será lo que usted diga, don Pedro; pero esa mujer que vino ayer a llorar aquí, alegando que el hijo de usted le había matado a su marido, estaba de a tiro desconsolada. Yo sé medir el desconsuelo, don Pedro. Y esa mujer lo cargaba por kilos. Le ofrecí cincuenta hectolitros de maíz para que se olvidara del asunto; pero no los quiso. Entonces le prometí que corregiríamos el daño de algún modo. No se conformó.

–¿De quién se trataba?
–Es gente que no conozco.
–No tienes pues por qué apurarte, Fulgor. Esa gente no existe.
Llegó a las trojes y sintió el calor del maíz. Tomó en sus manos un puñado para ver si no lo había alcanzado el gorgojo. Midió la altura: "Rendirá –dijo–. En cuanto crezca el pasto ya no vamos a requerir darle maíz al ganado. Hay de sobra".
De regreso miró al cielo lleno de nubes: "Tendremos agua para un buen rato". Y se olvidó de todo lo demás.» 


Con todo, no es alguien odiado. Su pueblo le profesa una mezcla de temor y admiración rayana en la veneración. Es lo más importante de allí. Algunas mujeres que viola le quieren. Hay muchos claroscuros en las conciencias. Simpleza y superstición –máximo consuelo contra la hostilidad de la existencia– se unen a hueca perseverancia y sufrimiento. Gentes indefensas y maltratadas atormentadas por sus pecados. Dios es un tema recurrente. Pero nadie le mira demasiado tiempo a la cara. No quieren ver en el cielo el castigo de sus vergüenzas. Nadie puede permitirse albergar esperanza en Comala sin sufrir en algún momento las consecuencias.





Juan Rulfo era un apasionado de la fotografía, y sus capturas pueden situarnos muy bien en su visión.



Entrecortada, nos va llegando pieza por pieza la historia de Pedro Páramo desde su niñez. Y descubrimos que no es un simple muro ejecutor de montañas de injusticia. Hay algo más. Es un hombre frustrado. Siendo un hosco asesino es también un apasionado poeta. Ama a una mujer desde su infancia, y veremos sus suspiros diseminados por toda la obra. Desgarrador y melancólico, crea un contraste deshilvanado, un roce quejumbroso para dentro y quedo como una piedra por fuera.



«Susana –dijo. Luego cerró los ojos–. Yo te pedí que regresaras... Había una luna grande en medio del mundo. Se me perdían los ojos mirándote. Los rayos de la luna filtrándose sobre tu cara. No me cansaba de ver esa aparición que eras tú. Suave, restregada de lina; tu boca abollonada, humedecida, irisada de estrellas; tu cuerpo transparentándose en el agua de la noche. Susana, Susana San Juan.»



Lo que es para el mundo es lo contrario a lo que es con Susana San Juan, único ser al que quiere. Su obsesión no tiene parangón, hasta el punto de destruir el sentido del tiempo. Pero ella es de la cual decían unos que «estaba loca» y «otros no»; y que «ya hablaba sola en vida». Mujer torturada por una especie de maldición que pincha su cuerpo desde un sueño voraz que nunca se nutre un ápice pero que siempre exige más y más, una fatalidad que se colgó cuando volvió a Comala, cuando Pedro Páramo la halló tras muchos años y la reclamó. Y qué arrebatadamente bella es la configuración del personaje de Susana San Juan. Sus extrañezas nos cautivarán y sus episodios líricos son visiones de dicha. El del mar..., y algo de pasión que es demasiado bueno como para siquiera desembrollar una pizca aquí. Ahí la dejo, Susana San Juan.

Entre estos episodios entrecortados que llegan como "flashback" seguiremos también de vez en cuando a Juan Preciado, perdido en una Comala desierta, que es frontera entre la vida y la muerte. Errando por las callejuelas, conducido por casas con sus puertas abatidas –como si mantuvieran una mueca de espanto–, yerbajos que sirven de guirnalda a la defunción y el olvido, descubre susurros:



«(...) Y aunque no había niños jugando, ni palomas, ni tejados azules, sentí que el pueblo vivía. Y que si yo escuchaba solamente el silencio, era porque aún no estaba acostumbrado al silencio; tal vez porque mi cabeza venía llena de ruidos y voces.»



Cada vez son más patentes las muestras de estímulos incorpóreos. Aparentemente Juan Preciado no teme, pero en la vista de los extraños personajes a los que se va encontrando (uno tras otro, dejando su efluvio enigmático a su paso; uno tras otro), aparece representado como una hoja violentamente agitada. Deshecho por lo sobrenatural, quizá también por la fuerza que ejerce sobre él el infierno del que fue salvado pero con el cual a fin de cuentas comparte un poderoso vínculo. El de su madre. El de su padre. Pero aún más: el de sus madres. Juan Preciado se convierte en el hijo de todas las mujeres forzadas de Comala, y es acogido como tal («Pues sí, yo estuve a punto de ser tu madre. ¿Nunca te platicó ella nada de esto?»). Ellas le relatarán sus recuerdos, sus vidas maltratadas como un mísero trapo sin valor. Juan Preciado será de hecho otro trapo más zarandeado por ese antiguo poder. No sabrá dónde está, ni qué hace allí, ni quién es, hasta el punto de diluirse en el conjunto de esas mujeres, una esencia «hecha de tierra, cubierta de costras de tierra, que al tocarla se desbarata y se convierte en un charco de lodo». Acaba en una escena poderosísima compartiendo un vínculo atemporal –esencia que cala la obra entera– con Dorotea, amable, chocante, impasible ante su propia desgracia.

Hay una dualidad en «Pedro Páramo». Como sabrá el lector, es una cumbre del realismo mágico (se ha hablado, a propósito, de Juan Rulfo como el mejor escritor de Latinoamérica). Por un lado plasma con primor la esencia de la cultura mexicana, y denuncia su violencia y su injusticia extrema a la par que saca a relucir los brillos de sus encantos (brotes humanos en la tragedia). Por otro lado es extraña, surrealista (utilizo el término para situar el lector pero no me gusta aquí), irracional, deslumbrante en sus oscuridades como en un sueño en el cual se ha de transitar con el subconsciente y la más pura sensibilidad. Juan Rulfo, un apasionado de la historia y la cultura mexicana, no quiere que se olvide lo que allí tantos siglos ocurrió. El trauma sobre la árida tierra esculpida en guerras es tal que sus muertos se desprenden de sus escenarios y de sus pueblos abandonados para recordar, para gemir, para revolverse en su ansia de redención, de perdón, de piedad. Hace que un europeo de clase media como yo se dé cuenta de lo profundamente imbéciles que somos al quejarnos todos los días: toda queja es un denuesto a los que verdaderamente sufren y sufrieron. De los humillados molidos como trigo a devorar por bestias omnívoras, de los seres que fluyen en un vaivén de pálidas llamas en una noche de pasado que es incierto y estremecedor para el lector actual.

Esta dualidad de la que hablamos, esas dos líneas que nos empujan hacia delante, no a pasos encadenados sino haciéndonos aparecer un rato aquí para luego resurgir allá, obtiene un aliciente fundamental en los soliloquios. Al hablar, los personajes parecen simples, realistas. Esto se emplea como componente elemental de credibilidad frente a los constantes soplos de irrealidad. Pedro Páramo, donde mayor constancia hay de esto, es más bien seco y rudo al hablar; sin embargo, en sus reminiscencias internas hay una exquisitez perfecta. En el primer caso hay una intención realista, en el segundo un intento artístico de alcanzar el más íntimo y genuino subconsciente, sin filtros de por medio. Según las alusiones que he ido haciendo a lo largo del análisis, puede entenderse que estos soliloquios son mucho más poderosos en Pedro Páramo y en Susana San Juan que en el resto de los personajes, que bien pueden clasificarse como soliloquios, podríamos decir, "tradicionales", como en el caso del Padre Rentería.

«Pedro Páramo» quizá pueda entenderse de buenas a primeras como un "libro de poemas", en el que episodios –poesías–, cada cual con una proyección de una calibración muy medida y concreta, van siendo hilados entre sí a través de la subjetividad de cada lector, que acoge un patrón que mantienen en común. Todo intento obcecado de lógica te expulsa inmediatamente de la lectura. Suelen iniciarse dichos fragmentos con una descripción excelsa, o bien con una acción chocante. Lo más atractivo quizá sean esos vacíos que se suspenden entre salto y salto: aterrizar con suavidad o caer a la nada es cuestión mucho más de sensibilidad que de razonamiento.

A propósito de esto, he podido leer objeciones hacia la complejidad de la obra. Algunos la tachan de confusa; incluso he oído hablar de "galimatías". Pasmado quedé. Si precisamente la técnica permite que encuentres maravillas donde las tradicionales no llegan. Hay gente que lee «Pedro Páramo» al revés, o que necesita estar retrocediendo todo el rato en la lectura para entender qué tiene que ver una cosa con la otra. Mi experiencia personal ha sido la de una lectura natural, sosegada y singular, pero perfectamente cognoscible. Se habla de "rompecabezas". ¿Pero cómo pretender "encajar" algo líquido, un mar de conciencias? Hay que dejarse llevar. Puede que en mi caso haya ayudado la poesía. También es posible que, simple y llanamente, con Rulfo y conmigo se hayan juntado el hambre y las ganas de comer.





Juan Rulfo (1917-1986).



Diría, estoy convencido, que Rulfo bebe de Faulkner, Proust y en cierto modo también de Virginia Woolf. Si se ha leído (o estudiado en el caso de Proust) a esos autores ya se perciben rasgos anticipados.

El libro más poderoso que he leído desde «Crimen y castigo». Que «El llano en llamas» se vaya preparando. Por cierto, podríamos incluso hacernos a una idea de dónde pudieron sacar tanta "originalidad" los creadores de «Silent Hill».


Conclusiones:

Novela breve que concentra sin embargo un sentido amplísimo, «Pedro Páramo» es una cumbre del realismo mágico y, como en tal, verosimilitud del costumbrismo y los lenguajes simples de sus personajes contrastan con la fortísima irracionalidad de su estructura, estilo, soliloquios líricos. Hay poesía pura grabada en la prosa de sus líneas. Te somete a una sugestión que en mi caso ha despertado, literalmente, los sentidos del olfato y del tacto. Es difícil que el matiz de "repentinos" de Comala no nos haga flotar en una bendita inercia.

Hay dos tramas que danzan entre sí. Por un lado tenemos a Juan Preciado –se narra en primera persona–, hijo que promete a su madre moribunda ir a Comala –pueblo mexicano que contiene a la obra– en busca de su padre, topándose con un valle de susurros que le envolverán progresivamente y que le relatarán en escenas muy chocantes historias de diferentes mujeres. Éste padre, el despiadado cacique Pedro Páramo, es el protagonista de la otra trama –narrada en tercera persona–. A pesar de ser un monstruo, Pedro Páramo es también un hombre frustrado, enamorado de una mujer llamada Susana a la que exhalará bellísimos suspiros diseminados por toda la obra («Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el rocío»). Ella, por su parte, es un ser casi místico, "de otro mundo", una sensibilidad sublime atormentada por una maldición que consume su sueño a partir de su retorno a Comala.

Dichas tramas se suceden a base de fragmentos depurados de manera exquisita. El vacío que hay entre ellos es un golpe de efecto magistral, y la singularidad más celebrada de la obra. Encajarlos mediante una obstinación lógica te aleja e incluso te saca de la lectura. Hay que fluir usando las manos de nuestro subconsciente, el tacto de nuestra más genuina sensibilidad. Esto no significa ni mucho menos que la obra no pueda determinarse, una vez finalizada, en base a unas pautas concretas que la sostienen ampliamente. Hallaremos una vigorosa imagen de humanidad, de la belleza y el sufrimiento más profundos en «Pedro Páramo».

Comala es la sugestión constante entre la ambigüedad de sus confines; es frontera entre la vida y la muerte. En ella se plasma la tragedia de una cultura abrasada por las guerras y por montañas de injusticia, y posee una búsqueda de raíces. Rulfo quiere que ese trauma sea recordado, y para ello genera una perturbación, una brecha temporal. Porque el tiempo no siempre tiene sentido en «Pedro Páramo». Un ejemplo de esto es que los personajes acostumbran a elaborar soliloquios atemporales que pretenden ser subconsciente puro, sin filtro alguno, efecto mucho más poderoso en el interior tanto de Pedro Páramo como de Susana San Juan.

Las gentes de Comala son un retrato máximo de fatalidad, resignación, soledad. Se refugian constantemente en la superstición como único alivio a su sufrimiento infatigable. No se permiten la esperanza: en Comala eso es algo que se paga caro. Todos tienen algo de lo que avergonzarse, todos están en pecado ante Dios –recurrente en la obra–, todos miran hacia abajo por temor al castigo eterno del cielo. Sus lenguajes están llenos del provincianismo y sus simplezas, pero todo lo anterior dicho hace que sus experiencias se hagan poderosamente universales.

De las lecturas más expresivas –sino la más– que he experimentado. Uno se siente verdaderamente afortunado por tener el idioma español en la sangre y poder llegar nítidamente a semejante maravilla.

8 comentarios:

  1. Una obra que más que localizar sumerge al lector y un autor con un mundo y formas propias.

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    1. Comala siempre es una experiencia impresionante, consigue bañarte en otra dimensión. Es perfecta en todos los sentidos, nunca puedo encontrarle ni un resquicio de descenso.
      El fragmento con el que inicio el análisis resuena a veces en mi cabeza, y el aroma resurge levemente por unos instantes; son pocos los libros que consiguen sonsacarme esa afinidad plena. Como usted dice, es un escritor muy singular.

      Gracias por su aportación. Un saludo.

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  2. Pero también hay que reconocer que tiene una pequeña-gran trampa, porque uno no puede concebir, si se deja llevar por el realismo y la sensatez, a un campesino mexicano hablando con una propiedad y un poder tan intenso en sus palabras.

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    1. jajaja, tiene usted razón; pero el contraste que genera ese efecto (pura magia), rentabiliza, en mi opinión, esa pequeña-gran triquiñuela. Desde luego a la perspectiva más enfocada al realismo le puede resultar un tanto chocante en algunos de sus puntos, eso está claro.

      Gracias por su comentario. Un saludo.

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  3. Una joya de la literatura mexicana. La he leído dos veces, y cada vez se antoja más interesante, más bella, más magnánima y compleja. Es bien curioso cómo te invaden tantas sensaciones al leer esta pequeña obra. "Pedro páramo" puede bien establar conversación con las mejores obras del mundo. No sé si sea el mejor en latioamérica, pero me parece no es el más reconocido, ha estado un poco oculto, quizá por su difícultad para el común, algo así como "Ulises". Tengo pendiente "El llano en llamas".

    Cabe decir que Comala es un "pueblo mágico" (distinción en México), caracterizado por sus casas blancas. Si bien estoy a 3 hrs de distancia no se ha presentado la oportunidad de ir (je-je), pero sin duda que está en los planes.

    Juan Rulfo es muy querido y conocido en Jalisco, qué orgullo que haya escrito estas letras, a veces no me la creo. Pregunta: ¿en Europa qué tan conocido es? ¿de qué forma se habla de él? ¿cómo se le compara con los escritores latinoamericanos?

    Carlos.

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    1. Hola Carlos,

      Después de «Crimen y castigo», lo más bello que he leído. Es una obra de arte sublime, y no veas lo orgulloso que me sentí de que estuviera formulada desde lo más íntimo de nuestra lengua. Sólo nosotros, los nativos (o bien los que tienen un nivel muy alto de la lengua y la cultura hispanoamericana sin haber "nacido" de ella) podemos absorber plenamente el significado, la sonoridad, los ecos de esta maravilla.

      ¡Qué suerte que tengas a tiro de piedra la mismísima Comala! Y yo al otro lado del océano...

      Bueno, no sé contestarte a la pregunta de si el autor es muy conocido en Europa. En otros países no lo sé, pero los españoles con unos estudios de bachiller deberían conocer a Rulfo, es un imprescindible de nuestra lengua, y uno de los mejores narradores de la historia. A nivel general, creo que en España se tienen estas referencias generalizadas: Cervantes, Lorca y Quevedo a nivel nacional y García Márquez, Neruda y Rubén Darío a nivel hispanoamericano (también a Vargas Llosa por su éxito actual y presencia en los medios; a Borges y Cortázar se les conoce pero quizá no se les lea tanto). El más célebre es García Márquez, seguro. Cuando murió el año pasado la gente arrasó «Cien años de soledad» en las librerías de la capital. Juan Rulfo es un autor relativamente conocido y pienso que muchos de los que se han aventurado con lecturas de altas cotas han pasado por o han pensado en «Pedro Páramo». Yo no he terminado de leer «Cien años de soledad» y, por eso, quizá mi opinión cambie, pero me pareció ostensiblemente más absorbente y sutil Juan Rulfo.

      Creo que los extranjeros (me refiero a los no hispanohablantes) conocen «El Quijote» y poco más. Es cierto que Lorca adquirió cierta relevancia en Estados Unidos y que Borges es bastante leído también en el extranjero.

      Para mí lo más sugestivo es «Pedro Páramo» (ciñéndonos al ámbito de la narrativa, por supuesto). «El Quijote» es una obra superior pero más por su vastedad, por su polivalencia, por su componente innovador y por su tema tan universal; pero en el cuerpo a cuerpo «Pedro Páramo» puede dejar una huella muy similar.

      En cualquier caso, a nadie con un conocimiento mínimo de literatura le puede caber duda de que, con Rulfo, México posee a uno de los mejores escritores de la historia (y, ojo, que no está muy lejos Carlos Fuentes...).

      Un saludo.

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    2. Me has resuelto algunas dudas.

      Sobre Cortázar, "Rayuela" bebió mucho de "Ulises", si bien tiene un humor propio. Me parece buena, pero no como la pintan, quizá porque ya leí la obra de Joyce. "Historias de cronopios y de famas" me parece destacable.

      A Borges le tengo especial cariño (a él le debo haber empezado por la buena literatura)y tiene una narrativa poderosa. Cosa curiosa, estaba ansioso por "El Aleph", pero no le seguí el hilo, a continuación pasé a los cuentos de Chéjov y ¡madre mía! Ya sabes, los rusos. No sé si haya influído mi ansia por leer a los rusos. Eso sí, seguro volveré a intentar con El Aleph.

      Los demás los tengo pendientes, aunque no sé por dónde empezarles. García Márquez no me llama, quizá hay algo de rebeldía en mí, me sentí extraño por tanto ruido y yo no haber leído ninguna de sus obras. El tiempo lo dirá.

      PD: Macbeth está por salir al cine. Con Fassbender no tiene pierde. ¿Importará que no haya leido la obra? Le tengo muchas ganas, pero no quiero perderme la película en el cinecito.

      Carlos.

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    3. Hola Carlos,

      ¿Leíste «Ulises»? ¡Enhorabuena! Yo no me he atrevido con él aún.

      Borges es un autor muy especial que llenará el corazón de lectores también particulares. Es decir, todo el mundo admira el enorme ingenio y originalidad de Borges, pero a no poca gente le puede resultar, pese a todo, aburrido y ajeno a sí mismos.

      A Chéjov y a Cortázar no les he tocado, pero al primero quisiera leerlo de aquí a uno o dos años.

      Respecto a «Macbeth», te digo lo que siempre pienso con obras de teatro en general, a saber, que o te sorprendes desde el lado literario o te sorprendes desde el visual, pero que sorprenderte ambas veces es bastante complicado. Es decir, si lees el libro y luego ves la película, ésta pierde toda emoción y suspense (todo es predecible, los actores te parecen sosos en comparación con lo que imaginabas, etc); y si ves primero la película y luego lees el libro, te da una vaga impresión de "perder" el tiempo, porque prefieres sorprenderte y para eso hay un millón de libros de los cuales no conoces la trama a raíz de haber visto la película. En cualquier caso, yo creo que los libros ofrecen un aporte más intelectual y artístico, mientras que el cine aporta emociones espontáneas que aligeran y elevan el espíritu. Depende de qué prefieras absorber en un determinado momento de tu vida.

      Un saludo.

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