jueves, 26 de marzo de 2015

«Bobok» de Dostoievski.

Cuento satírico en el que su protagonista, descansando en un cementerio, escucha a los muertos hablar, no a nivel transcendental ni expiatorio, sino ahondando en su ansia de voluptuosidad y atados hasta el fin a la máquina social

Antes de nada...

Si el lector no se encontrara en la disposición de leer el análisis entero, recuerdo que existe una conclusión al final a modo de breve reseña literaria.

Teniendo en consideración que estamos ante un cuento de apenas veintinueve páginas, el análisis entra en ellas detalladamente, aludiendo a los hechos de la trama (spoilers). Aunque en mi opinión no malogran el interés por la lectura, si el lector prefiriera no jugársela le recomiendo que vaya a la conclusión antes señalada. En cualquier caso, he de decir que los fragmentos transcritos no tienen desperdicio.

La primera imagen corresponde a la edición de la obra que he empleado para la lectura. Téngase en cuenta que mi edición contiene tres relatos, «El sueño de un hombre ridículo», «La sumisa», aparte de el que aquí tratamos, y que la ilustración de la cubierta alude al primero, y no al presente que vamos a analizar.

Agradezco cualquier impresión o corrección. Un saludo.


Análisis:

«El más inteligente, en mi opinión, es aquel que al menos una vez al mes se llama tonto a sí mismo, ¡una capacidad inaudita en nuestros tiempos! Al menos antes un tonto como mínimo una vez al año se sabía tonto, pero ahora, nada de eso. Lo han confundido todo tanto que no es posible distinguir a un tonto de un inteligente. Esto lo han hecho adrede.»

El protagonista de nuestra efímera historia es Iván Iványch, un escritor y crítico literario que nos cuenta una experiencia estrambótica y ultraterrenal,  en la cual Dostoievski aprovecha para elaborar una eficaz sátira a la sociedad que, si en primera instancia no parece extraordinaria por el comportamiento de los personajes, al terminar la lectura da bastante en lo que pensar.




Edición 2011 de Alianza (diseño de cubierta: Manuel Estrada).



Iványch puede ser esbozado por el lector en las primeras páginas asociando los datos de la historia que se dan, pero apenas se pueden deducir un puñado de rasgos de su personalidad. Así, parece que es adicto a la bebida (lo que puede sugerir que su experiencia con los muertos sea una alucinación acústica, anulando quizá el género fantástico del relato). También se dice que es poco dado a protestar ante la ofensa o las críticas (su tono es de cierta resignación). Parece, en definitiva, un hombre incomprendido y que fracasa en sus ambiciones («"Es que usted no tiene sal", dicen»).


Comienza criticando la degeneración hacia lo mercantil que sufre el arte, y que interesa mucho más lo inmediato y vulgar que lo refinado y profundo. Después relativiza muy inteligentemente el concepto de la locura, razonando que a la gente vanidosa le conviene degradar a los demás para mantener su propia integración social y aparentar ser más selectos.


«Este proceder aún resulta bastante hábil; o sea, que desde el punto de vista del arte puro incluso es digno de alabanzas. Y aquéllos de pronto se volvieron más inteligentes. Ahí está, aquí sí que pueden volverle a uno loco, pero aún a nadie le han hecho más inteligente.»

Nuestro protagonista parece exasperado, y más pasmado que exasperado, por la costumbre de la gente de criticarse continuamente entre sí, elaborar modas estúpidas y obviar por completo los propios errores. El meollo del relato comenzará una vez confiese que de vez en cuando oye en su cabeza unas enigmáticas voces que dicen: «¡Bobok, bobok, bobok!». Decide salir a dar una vuelta para despejarse, y se le ocurre para ello asistir a un entierro de un pariente lejano. Destaca los pocos rostros afligidos que observan a los muertos y el mucho fingimiento que hay, además de la categorización en cuanto a la dignidad de enterramiento de la que disfrutan seres humanos en teoría iguales ante Dios dependiendo de la magnitud de los bienes terrenales de cada cual.


«No me gusta cuando la gente con tan sólo educación general se mete a resolver cuestiones especializadas, y eso aquí ocurre a cada paso. A las personas civiles les gusta juzgar sobre asuntos militares e incluso de nivel de mariscal de campo, mientras que las personas con formación de ingeniero razonan con mayor frecuencia sobre la filosofía y la economía política.»

Se termina tumbando en un monumento del cementerio a reflexionar sobre la memez humana («En mi opinión, no asombrarse por nada es mucho más estúpido que asombrarse por todo»). Después de un largo rato escucha voces, voces que proceden de las tumbas –no le inmuta el hecho–, y, aunque enarbolará algún que otro juicio interno en el transcurso de las conversaciones subterráneas, permanecerá callado con el oído bien atento.


En un principio sólo se escucha a cuatro muertos chacharear: al orgulloso general Vasili Vasílievich Pervoiédov, al zalamero Lebeziátnikov, a la caprichosa y criticona dama Avdotia Ignátievna y a un anónimo y alegre pueblerino. Como no se da, por lógica, ninguna descripción física, Dostoievski les otorga a cada uno una actitud muy distintiva (Lebeziátnikov siempre con «Su excelencia»; el pueblerino con sus amplias risotadas: «¡Oj-jo, jo, jo!»; Ignátievna chillando, etcétera), apostando, por ejemplo, por la onomatopeya. Los caracteres están muy caricaturizados para ahondar en la ilustración de su boba mezquindad, lo que conjugado con lo pintoresco de la situación me ha recordado un poco (y sólo un poco) al tono de «Alicia en el país de las maravillas», si bien está claro que las proyecciones entre la intención de mofa de ambos tienen ángulos y longitudes divergentes. Así, en un contexto tan siniestro, revelador y decisivo como hallar activa a la conciencia tras la muerte corpórea, los personajes fallecidos prefieren con mucho seguir con sus superfluos debates, echándose las culpas los unos a los otros, haciendo honor al prejuicio y a la superficialidad. Como lo único que teme esta gente es el tedio, prefieren molestarse mutuamente a reflexionar. Ni siquiera tienen precisamente claro el que deban romperse las categorías sociales en condiciones tan excepcionales. En definitiva, arrastran el mal de su vida a su muerte, lo que les delata como incurables.


Enseguida se despertarán otros personajes que han sido enterrados recientemente, aumentando ostensiblemente el ritmo del diálogo hasta, en algunos puntos, llegar al alboroto. Éstos personajes son: el consejero privado Tarasévich, altanero, corrupto y lascivo; Piotr Petróvich Klinévich, un chocarrero, desaprensivo y oportunista barón; y Katish Bérestova, una adolescente estúpida que sólo se ríe. Tras un rápido intercambio que sirve a modo de presentación, los nuevos "fichajes", no queriendo perder ni un minuto en explotar el máximo beneficio de la nueva situación, empiezan por preguntar la razón de su consciencia tras la muerte. Se les responde que sólo un filósofo, un tal Platón Nikoláevich, había acertado a formular una respuesta profunda y convincente al enigma, pero que ha llegado al punto de descomposición en que se desvanece toda actividad (curioso: el único hombre razonable ha perdido su mente en el abismo). Así, los que le escucharon en su día bocetan la teoría para resolver las dudas: la conciencia permanece activa tras la muerte durante al menos dos o tres meses, y luego se reduce a muy esporádicas aportaciones que se limita a la siguiente palabra: «bobok». También se explica el fuerte hedor: es un indicador cuantitativo del mal que alberga cada cual. Esto es revelador en el sentido de que Avdotia Ignátievna manifiesta lo repugnante que le resulta el supuesto hedor del pueblerino anónimo, y, cuando se descubre que éste no olía a nada, sino que es Klinévich el foco de la peste, se lo perdona encantada, en base a la «falta de vida y de gente graciosa que tenemos aquí».


La deducción de que están sumidos en su mezquindad hasta las trancas les parece insustancial, y pasan rápidamente a elaborar un plan que recoja la máxima diversión posible en esos dos meses "extra" que les han caído. No deciden avergonzarse de sus pecados, sino que, libres de ataduras sociales, e instigados por Klinévich (auténtico Mefistófeles), ven la oportunidad perfecta para hacer gala precisamente de dichos pecados y así deleitarse todos en la maldad común. El único que se opone es el general Pervoiédov, pero por una cuestión de "honor", es decir, de amor a su propia imagen, y no porque entienda que haya que pasar revista y arrepentirse de los males causados. En cierto modo se está diciendo que el que vivo vive mal, muerto muere (o moriría) mal, y que el no apostar por unos principios éticos lleva a la humanidad al desastre, a la ruptura y al más grotesco sinsentido.


«Es sólo esto lo que quiero porque esto es lo más importante. En la tierra vivir y no mentir es imposible puesto que la vida y la mentira son sinónimos; pero aquí para divertirnos dejaremos de mentir. Caramba, ¡la tumba debe de significar algo! Contaremos nuestras historias en voz alta y no nos avergonzaremos de nada. Seré el primero en explicarles todo sobre mí. ¿Saben ustedes?, yo soy de los lascivos. Todo esto allí arriba estaba atado con cuerdas podridas. ¡Fuera las cuerdas y vivamos estos dos meses en la verdad más desvergonzada! ¡Quitémonos la ropa y desnudémonos!»



«Fantasmas» de Grosz.


Quedando abierto el posicionamiento del pueblerino (se corta todo justo en su intervención), Iván Iványch es repentinamente descubierto y todo se sume en el silencio. Éste, indignado, se propone seguir investigando estas conversaciones y elaborar una publicación al respecto.

«El libertinaje en un lugar como éste, el libertinaje de las últimas esperanzas, el libertinaje de los cadáveres marchitos y podridos, ¡e incluso sin escatimar los últimos momentos de conciencia! Se les han dado, se les han regalado estos momentos y... Y lo más importante, lo más importante, ¡en un lugar como éste! No, esto es inadmisible...»


Conclusiones:

El protagonista de nuestra efímera historia es Iván Iványch, un escritor y crítico literario que nos cuenta una experiencia estrambótica y ultraterrenal,  en la cual Dostoievski aprovecha para elaborar una eficaz sátira a la sociedad que, si en primera instancia no parece extraordinaria por el comportamiento de los personajes, al terminar la lectura da bastante en lo que pensar.

Comienza criticando la degeneración hacia lo mercantil que sufre el arte, y que interesa mucho más lo inmediato y vulgar que lo refinado y profundo. Después relativiza muy inteligentemente el concepto de la locura, razonando que a la gente vanidosa le conviene degradar a los demás para mantener su propia integración social y aparentar ser más selectos.

El meollo del relato comenzará una vez confiese que de vez en cuando oye en su cabeza unas enigmáticas voces que dicen: «¡Bobok, bobok, bobok!». Decide salir para evadirse y, en el funeral de un pariente, termina recostándose en un monumento del cementerio, tras lo que oirá voces subterráneas en mezquina charlatanería. Diversos personajes marcadamente caricaturizados y que suponen una exposición satírica sobre la necedad humana, irán haciendo gala de sus dudosos ornamentos ante el silencioso juicio del protagonista.

En cierto modo se está diciendo que el que vivo vive mal, muerto muere (o moriría) mal, y que el no apostar por unos principios éticos lleva a la humanidad al desastre, a la ruptura y al más grotesco sinsentido.

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