viernes, 27 de febrero de 2015

«Sir Gawain y el Caballero Verde» (anónimo).

El mejor texto artúrico inglés sorprende por su colorido, dinamismo y sutileza descriptiva, y es, más allá del ideal caballeresco representado en Sir Gawain, maravilloso hacer literario que toca temas eminentemente universales

Antes de nada...

Si el lector no se encontrara en la disposición de leer el análisis entero, recuerdo que existe una conclusión al final a modo de breve reseña literaria.

El análisis no contiene spóilers, léase con tranquilidad.

La primera imagen corresponde a la edición del libro que he empleado para la lectura.

Agradezco cualquier impresión o corrección. Un saludo.


Análisis:

«–¿Por qué voy a desmayar? Sea adverso o favorable, ¿qué otra cosa puede hacer el hombre más que afrontar su destino?»



«Sir Gawain y el Caballero Verde» es el mejor texto artúrico inglés, pero su fama ha corrido más de la mano de Tolkien, que lo tradujo a principios del siglo pasado (el dialecto en que está escrito apenas tiene que ver con el inglés). Más allá de eso, la obra merece su hueco por méritos propios; el autor, desconocido, domina excelentemente el arte de escribir, y no creo que tenga nada que envidiar al creador de los celebérrimos «El Caballero de la Carreta», «El Caballero del León, o «El cuento del Grial», el francés Chrétien de Troyes.




Edición 2013 de Alianza (diseño de cubierta: Manuel Estrada).



«Sir Gawain y el caballero verde» es un poema aliterativo de no demasiada prolongación, pero la traducción de Francisco Torres Oliver para la presente edición es en prosa (no me importó mucho: el original carece de rima y métrica, y por otra parte mejor apostar por la flexibilidad), lo que hace que el estilo se presente con una casi imperceptible sensación de fragmentación, reforzado por la lógica abundancia de yuxtaposición, exactamente como ocurre en mi edición de «Odisea» también adaptada a prosa. Y por cierto, ya que lo menciono, el estilo de «Sir Gawain» es similar al de Homero hasta ciertos cauces, de hecho los caballeros de la tabla redonda recuerdan a los héroes Griegos, pero con los aditivos de la fe cristiana y la mitología céltica. La sensación general en «Sir Gawain y el Caballero Verde» es la de una lectura colorida, dinámica y encantadora.


Más alla de los tópicos sobre la literatura de caballería, es decir, el honor, las proezas, la magia, el romance cortés, la poderosa apología del catolicismo, el presente libro –estoy totalmente con el prologuista Luis Alberto de Cuenca– es maravillosa literatura, de un nivel que sorprende, tanto en profundidad como en los diversos matices, muy sutiles, y eso por no hablar de una trama que engancha –eso sí, probablemente más al público masculino– y merecedora de elogio tanto en su solvencia descriptiva (ahí está la doble acción simultánea entre el rey Bertilak en la cacería por un lado y Sir Gawain y la doncella por el otro), portadora de dichosas imágenes como la que abajo transcribo, y un desenlace que el lector no se espera para nada; no suele suceder que en un santiamén quede tan pasmado por una rápida revelación como el propio protagonista de la historia.




«(...) Después de la Navidad llegó la severa Cuaresma, que prescribe para el cuerpo pescado y austeros alimentos. Luego vino el tiempo que combate al invierno en el mundo: el frío mengua y retrocede; las nubes se disipan, la lluvia brillante se derrama en cálidos aguaceros sobre campos y se abren las flores; la yerba y los árboles se visten de verde; las aves se afanan construyendo sus nidos y cantan animadas a la espera del dulce verano que ya no tardará; las yemas y capullos se hinchan y revientan en alegres y espléndidos colores, y una música gloriosa se difunde por el bosque.

Luego llega el verano con sus brisas mansas, cuando el céfiro suspira entre yerbas y semillas. Las plantas se alegran y se abren, y sus hojas gotean de rocío y brillan luminosas bajo los dorados rayos del sol. Pero viene pronto la cosecha, y urge al grano a madurar, presintiendo ya el invierno. Produce polvo con su sequedad, lo levanta de la tierra y lo agita en lo alto; los vientos iracundos del cielo declaran la guerra al sol, arrancan y esparcen las hojas de los tilos, y la yerba antes verde se vuelve toda gris. La que ayer se alzaba lozana, hoy madura y se pudre... y así discurre el año, dejando atrás muchos ayeres, y se encamina hacia el invierno, según impone el curso de las cosas. Y llegó la luna de San Miguel, precursora del invierno. Y entonces pensó Gawain con pesar en el viaje que pronto había de emprender.»

La habilidad con la que el autor exterioriza las sensaciones que le causa el paisaje (sin duda era un gran observador de la naturaleza, parece que la describe según la está viendo), arranca siempre alguna reverberación al lector, que solo puede mostrar respeto al que con las relativamente limitadas referencias de la época hace tanto. Con la misma experiencia con que trata la descripción de los escenarios, de las estaciones, el autor plasma también el trato en sociedad, la disposición de los banquetes, las cacerías, los hábitos y costumbres (eso sí, es demasiado insistente con la descripción de atuendos y joyas). La citada conversación entre Sir Gawain y la doncella –sin duda uno de los puntos álgidos de la lectura– posee excelente fineza psicológica, y el lector se introduce plenamente, como si estuviera allí mismo, en el ágil juego que tan pronto es fresco, jovial y divertido –incluso elegantemente socarrón– como tenso (en el buen sentido de la palabra) y excitante para un lector que sonríe ante los regalos que no prevé.


El protagonista, el caballero de la tabla redonda Sir Gawain, es representación del ideal caballeresco: valor, honor, honestidad, lealtad, humildad, fe en Dios, galantería, justicia y compromiso total hacia sus objetivos, deberes y deudas. Sin embargo, más allá de esa aureola de perfección, bien reconocida por las gentes que contiene el mundo ficticio/legendario de las sagas artúricas, en «Sir Gawain y el Caballero Verde» nos adentramos en una mente con rasgos claramente humanos: con dudas, con temor, con agradecimiento, con astucia, con sorpresa, con vergüenza, con arrepentimiento. Pues todo ello, en efecto, nos lo encontramos en Sir Gawain por mucho que se dé preferencia al modelo moral de la virtud. Aunque, por otra parte, ¿por qué habríamos de recelar de esa concepción de pureza medieval? Reléanse todos los rasgos con que empiezo el presente párrafo y no podremos estar, por lo común, más de acuerdo. De hecho, hay momentos en la obra en los que la conjunción de dos o más caracteres nobles generan tanta dicha que lograron conmover mi ánimo.



Ilustración del siglo XIV sobre «Sir Gawain y el Caballero verde» (autor desconocido).


En cuanto a la trama, ¿qué más decir? El libro comienza en uno de los muchos fastuosos banquetes que celebra la corte del rey Arturo con motivo de la navidad, y donde se cita a los más ilustres caballeros y damas (Ginebra) de Camelot. De repente, un gigantesco y brutal caballero, todo exquisitamente vestido de verde, irrumpe en el entorno festivo proponiendo un juego: él se dejará dar un golpe con un arma cualquiera y, a cambio, justo un año después devolverá él el tajo al hombre rival. Éste hombre va a ser, como sabemos, Sir Gawain, que se adentrará en una ágil pero nada obvia búsqueda a lo largo de todo Britania, auténtica ordalía para un excepcional caballero que va en búsqueda de expiación sin saberlo.



Conclusiones:


Poema aliterativo relativamente corto –la traducción de la presente edición está adaptada a la prosa–, «Sir Gawain y el Caballero verde» es una lectura colorida, dinámica y encantadora. Más allá de los tópicos sobre la literatura de caballería, es decir, el honor, las proezas, la magia, el romance cortés, la poderosa apología del catolicismo, el presente libro –estoy totalmente con el prologuista Luis Alberto de Cuenca– es maravillosa literatura, de un nivel que sorprende, tanto en profundidad como en los diversos matices, muy sutiles, además de poseer una trama que engancha y contenedora de un desenlace que el lector no se espera.


Muy solvente en la descripción (véase el fragmento transcrito en el análisis), el autor es un gran observador de la naturaleza y sus estaciones, además de conocer muy bien los temas que trata. Un ejemplo de esto son las escenas paralelas que ejecuta en un determinado punto, o ese narrador omnisciente que tan pronto usa el pretérito como aplica el presente (acercándole al narrador testigo); pero quizá lo mejor sea el atino psicológico con el que cincela a sus personajes (magistrales las conversaciones entre caballero y doncella, el lector participa plenamente de los agitados y divertidos ánimos).


El protagonista, más allá de ser la representación del mencionado ideal caballeresco (valor, honor, honestidad, galantería, etcétera), sobrepasa ese marco moral para desvelar sentimientos y pensamientos muy humanos, como el temor, las dudas, la sorpresa, la vergüenza o el arrepentimiento. De hecho, la historia no deja de ser la de un hombre que busca la expiación sin saberlo, que somete a prueba esclarecedora el ideal de sí mismo.

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