lunes, 5 de enero de 2015

«Alicia en el país de las maravillas» de Lewis Carroll.

Para los niños una magnética aventura; para los adultos una gran oportunidad de reencontrar su psicología infantil en una virtuosa melodía onírica repleta de ingenios fabulosos, juegos lógicos y humor absurdo, pero también de una sátira hacia el mundo victoriano en particular y hacia el adulto occidental en general

Antes de nada...

Si el lector no se encontrara en la disposición de leer el análisis entero, recuerdo que existe una conclusión al final a modo de breve reseña literaria.

El análisis no contiene spoilers, aunque se hace alusión a algún acontecimiento de la historia –imprescindibles para explicar su esencia– de relevancia menor, es decir, que no afectan al interés por la lectura (similares eran a los que había en el propio prólogo de mi edición).

También tenéis la opción de tirar de las líneas remarcadas para saltar directamente a las zonas que he considerado importantes.

La primera imagen corresponde a la edición del libro que he empleado para la lectura.

Agradezco cualquier impresión o corrección. Un saludo.

Análisis:

Yo tuve mi primer contacto con «Alicia en el país de las maravillas» siendo muy pequeño gracias a la famosa película animada de Disney (a la que se dedicará próximamente su correspondiente entrada), experiencia de impresiones lamentablemente olvidadas a excepción de aquella fascinante facilidad para aceptar por real lo pintoresco de Alicia, como solo acostumbran a lograrlo los niños. La obra escrita, no obstante haber sido leída ya siendo adulto, es un excelente modo de hacer ver la razón por la cual un libro alcanza la denominación de clásico aun siendo en primera instancia, tal es el caso que nos ocupa, un libro infantil; se verá que bajo esa apariencia hay mucho más escondido, razón de la enorme popularidad que llega incansable a nuestros días.





Edición 2010 de Alianza (diseño de cubierta: Manuel Estrada).



«Alicia en el país de las maravillas» posee varias capas. Si analizáramos la más obvia y superficial, la de un original cuento para niños, podríamos terminar el análisis relativamente rápido. Pero si hurgamos en la intencionalidad subyacente –y probablemente hasta cierto punto inconsciente– del autor, el matemático Lewis Carroll (seudónimo de Charles Lutwidge Dodgson), descubrimos corrientes claramente transcendentales y que pueden dar para mucho más.


Es importante destacar la insólita –y, he de decirlo, encantadora– circunstancia en la que se originó este magnífico ingenio. Carroll era una persona amable y distraída que poseía grandes dotes matemáticas y artísticas (no sólo literarias, también es uno de los precursores de la fotografía) y cuya personalidad singular ha dado lugar a muchas conjeturas a lo largo del tiempo, sobre todo en torno a la gran dicha que sentía al compartir su tiempo con niñas a las que gustaba llevar de excursión, sorprender con historias de su inventiva y trucos de magia y, también, fotografiar. Imposible ha sido para muchos evitar en semejante caso suposiciones de lo más negras y ácidas, aunque, por lo que he podido investigar y tal y como dice Jaime de Ojeda en el prólogo de mi edición –que aprovecho para subrayar y elogiar–, no existe ninguna prueba firme de que Carroll tuviera anhelos o intenciones perversas. Lo que sí está claro es la existencia de un amor a las hijas de sus amigos –hacia los niños sentía aversión– y en particular hacia una tal Alice Liddell, relación que inspiró la creación tanto de «Alicia en el país de las maravillas» como de su continuación, «Alicia a través del espejo». La que aquí tratamos surgió casualmente en una excursión en barca a través del río Támesis, a raíz de la insistencia de las tres hermanas Liddell: Lorina, Alice y Edith –trece, diez y ocho años de edad respectivamente en el momento– por ser deleitadas con un cuento. Así da comienzo la versión primitiva –la matizaría años después a vistas de su publicación– de uno de los libros infantiles más célebres de la historia. Es muy importante éste hecho, como dije antes, pues condiciona de manera esencial el espíritu de la obra; se trata de un episodio creativo desinhibido y formulado desde el amor y las ganas de sorprender, lo que se traduce en un resultado fresco, ágil, carente de estructuras encorsetadas y que trasluce una graciosa improvisación sin que ello signifique lo más mínimo una mancha; al contrario, refuerza la obra muy positivamente, sobre todo gracias a la inagotable inventiva del autor, tal y como reconocería posteriormente un asombrado Robinson Duckworth, reverendo amigo de Carroll y partícipe del fantástico relato en aquella casi legendaria excursión en barca.


Pero Carroll no se conforma con ése ingenio que tanto ha dado que hablar –en sus composiciones más incoherentes se han visto claros indicios precursores de lo que sería el dadaísmo–, vigorizado además por su magistral dominio de la lógica que introduce muy sutilmente a nivel lingüístico –en la traducción lamentablemente se pierde mucho– y en la relación que presentan los cuerpos con el espacio (como cuando Alicia cae por el abismo de la madriguera: «Sea porque el pozo era en verdad muy profundo, sea porque en realidad estaba cayendo muy despacio…»), sino que deja libre su opinión sobre el mundo victoriano, por el cual sentía igual atracción que desprecio. En una Inglaterra moral y frígida en la que las emociones estaban limitadas por la sociedad, Alicia es una niña de su época y está fuertemente influida por ese puritanismo; de ahí sus modales, su recato e, incluso, la ya naciente mancha adulta del orgullo, cierta fanfarronería y la tendencia a la observación referencial basada en el convencionalismo. Pero Alicia sigue siendo una niña y por tanto superior a las caricaturas –muy hábilmente ejecutadas por el autor– del mundo adulto que la observan inquisitiva, fatua y desdeñosamente (y sin concebir que tras su buena pose y tono autoritario ellos mismos son completamente idiotas), ofendiéndolos o escandalizándolos a su paso. Al parodiar estas actitudes el autor genera un absurdo que llega a ser muy cómico.



«Alicia y la Oruga se estuvieron contemplando en silencio durante algún tiempo. Al fin la Oruga se quitó la boquilla del narguile de la boca y le habló con voz lánguida y adormilada.

–¿Quién eres tú? –preguntó la Oruga.
No era ésta precisamente la manera más alentadora de iniciar la conversación. Alicia replicó, algo intimidada:
–Pues verá usted, señor..., yo..., yo no estoy muy segura de quién soy, ahora, en este momento; pero al menos sé quién era cuando me levanté esta mañana; lo que pasa es que me parece que he sufrido varios cambios desde entonces.
–¿Qué es lo que quieres decir? –dijo la Oruga con severidad–. ¡Explícate!
–Mucho me temo, señor, que no sepa explicarme a mí misma –respondió Alicia–, pues no soy la que era, ¿ve usted?
–¡No veo nada! –dijo la Oruga.
–Temo no poder decírselo con mayor claridad –insistió Alicia muy cortésmente–, pues, para empezar, ni yo misma lo comprendo; y además, cambiar tantas veces de tamaño en un solo día resulta muy desconcertante.
–No lo es –replicó la Oruga.
–Bueno, quizá a usted aún no se lo parezca así –dijo Alicia–; pero cuando se haya transformado en una crisálida (y eso ha de pasarle algún día, ¿sabe?), y después, cuando se convierta en mariposa, ¿no cree usted que le parecerá todo eso un poco extraño?
–¡En absoluto! –declaró la Oruga.
–Bueno, quizás tenga usted sentimientos distintos a los míos –dijo Alicia–; pero lo que sí sé es que yo, en su lugar, me sentiría ciertamente muy rara.
–¡Ah! ¡Tú! –dijo la Oruga con desdén–. ¿Y quién eres tú?»




«Oruga usando un narguile» de Tenniel, artista que magníficamente ilustró la edición original.



La atracción de «Alicia en el país de las maravillas» en el público adulto radica en gran medida en la desinhibición que supone su lectura; Alicia solo es una niña ingenua tan perdonable como sus "inconvenientes" aventuras, ya que se mantienen en un recinto onírico que provoca que el lector baje la guardia. Como he dicho, Lewis Carroll se está burlando del mundo adulto constantemente, y hace sus normas en última instancia inservibles e infundamentadas. Así pues, el adulto se libera, los escudos desactivados, y se ríe de sí mismo sin darse cuenta. He de decir a nivel personal que si teniendo ocho años hubiera tenido la capacidad de entender lo que en éste sentido quiere decir «Alicia en el país de las maravillas» –y, todo sea dicho, el atrevimiento y desparpajo de Alicia–, quizá no hubiera perdido aquellos años consumiéndome en una confusa ira hacia maestras y familiares.


Por otro lado, gracias a esta obra me he sentido introducido en mi olvidada interpretación del mundo de mi "yo" infantil; «Alicia en el país de las maravillas» calca a la perfección la incomprensión de los niños hacia el mundo adulto y hacia las pautas que éstos les imponen, como las normas, la escuela, las lecciones (que los animales, como los adultos, le hacen recitar a Alicia muy severamente, a lo que ella responde tergiversándolas enteras permitiendo que Carroll abofetee célebres canciones moralizadoras de la época para los niños: satirizándolas). Alicia siente un gran hastío hacia el mundo adulto que le rodea y oprime, y no duda en lanzarse a la aventura tras el frenético y agobiado conejo del reloj. El adulto, sin saber muy bien la razón, le sigue encantado a ese mundo, probablemente sin cerciorarse de que en ese momento es también un niño. A continuación, transcribo tres fragmentos que complementan esta explicación:




«Alicia encuentra una puertecita» de Tenniel.



«La cosa no tenía nada de muy especial; pero tampoco le pareció a Alicia que tuviera nada de muy extraño que el conejo se dijera en voz alta: "¡Ay! ¡Ay! ¡Dios mío! ¡Qué tarde voy a llegar!" (cuando lo pensó más tarde, decidió que, ciertamente, le debía de haber llamado mucho la atención, mas en aquel momento todo le pareció de lo más natural); pero cuando vio que el conejo se sacaba además, un reloj del bolsillo del chaleco, miraba la hora y luego se echaba a correr muy apresurado, Alicia se puso en pie de un brinco al darse cuenta repentinamente de que nunca había visto un conejo con chaleco y aún menos con un reloj de bolsillo. Y, ardiendo de curiosidad, se puso a correr en pos del conejo a través de la pradera, justo para ver cómo se colaba raudo por una madriguera que se abría al pie del seto.

Un momento después, Alicia también desaparecía por la madriguera, sin pararse a pensar cómo se las iba a arreglar para salir después.»







«El Conejo Blanco» de Tenniel.




«–Pues he de narrársela –concedió la Tortuga Artificial con voz hueca y cavernosa–; sentaos ambos, y no me interrumpáis con nada hasta que haya acabado.

Así, pues, se sentaron; pero nadie dijo una palabra durante bastante tiempo. Alicia pensó: "No sé cómo va a acabar su historia si no se decide a empezarla alguna vez"; pero se contuvo y esperó con paciencia.
–Hubo una época –rompió por fin  a hablar la Tortuga Artificial con otro gran suspiro–, en que yo fui una auténtica tortuga.
Esas solemnes palabras fueron seguidas de un profundo y prolongado silencio, que sólo interrumpía algún que otro graznido del Grifo y los sollozos mal reprimidos de la Tortuga Artificial. Alicia estaba a punto de levantarse y de decir: "Muchas gracias, señora, por su interesante historia", pero estaba convencida de que tenía que haber algo más, así que se quedó sentada sin rechistar.
–Cuando éramos pequeñas –continuó al fin la Tortuga Artificial sin poder aún reprimir sus sollozos–, íbamos al colegio bajo el mar. El maestro era una vieja tortuga al que llamábamos Galápago.
–¿Y por qué lo llamaban "Galápago" si no lo era? –preguntó Alicia.
–Lo llamábamos "Galápago" –replicó muy molesta la Tortuga Artificial–, por las muchas conchas que tenía, ¡naturalmente! ¡Vaya pregunta! ¡Sí que eres necia!
¡Debería darte vergüenza molestar con preguntas tan evidentes! –añadió el Grifo; y ambos, sentados en silencio, fulminaron a Alicia con la mirada en mudo y abrumador reproche.
Alicia estaba ya deseando que se la tragara la tierra, del bochorno que sentía, cuando al Grifo se le ocurrió decirle a la Tortuga:
–¡Ea! ¡Adelante, vieja! ¡Que es para hoy! –y ésta continuó de esta manera:
(...)»

«–¡Eso es muy curioso!

–Francamente, no puede ser más curioso –añadió por su parte el Grifo.
–¡Le salió tan diferente...! –repitió la Tortuga Artificial, dándole vueltas al asunto–. Me gustaría que intentaras recitar algo ahora. Dile que empiece –ordenó mirando al Grifo como si creyera que éste tenía cierta autoridad sobre Alicia.
–Levántate y recita a "Es la voz del haragán" –indicó el Grifo.
"¡Qué ordenes no darán estas criaturas! ¡Ya le hacen a una recitar hasta las lecciones! –pensó Alicia–. Para esto, más me valdría estar en la misma escuela". Pero de todas formas se puso en pie y empezó a recitar el poema, sólo que su cabeza estaba aún dandole vueltas al asunto de la cuadrilla de las langostas y apenas sí sabía lo que estaba diciendo; y en verdad que fue bien raro lo que recitó:
(...)
–Todo eso es muy distinto de lo que yo solía decir de niño –aseguró el Grifo.
–Es posible: lo que es yo, nunca he oído ese poema –dijo la Tortuga Artificial–, pero lo que acaba de recitar me suena a una sarta de disparates.
Alicia no dijo nada: se sentó y se cubrió la cara con las manos, preguntándose se algo acabaría sucediendo alguna vez de una manera natural.
–Me gustaría que me dieran una explicación lógica –prosiguió la Tortuga Artificial.»





«Alicia y el Grifo escuchan la canción de la Tortuga Artificial» de Tenniel.



Y el mundo que nos ofrece esa instintiva decisión casi incomprensible para un adulto y sin embargo tan maravillosa, es la de uno de los tránsitos oníricos más perfectos de la historia de la literatura. Esto se consigue, aparte por supuesto la gigantesca originalidad, mediante un estilo muy directo y repleto de dinámicos diálogos que se centra en hechos muy concretos y atractivos sobre todo por la singularidad de su inverosimilitud pero que es perfectamente identificable a un patrón lógico que hace que nuestro subconsciente no se rebele, al contrario, permite que nos sumerjamos más, que deambulemos como un sueño no obstante estando bien despiertos. Y esta corriente genera –por lo menos así lo he sentido– un efecto muy interesante: el de apreciar con nitidez el momento que describe la lectura para, un corto tiempo después de haberlo dejado atrás, sentir como se difumina en la mente, igual que ocurre en los sueños.


Por último, considero enriquecedor transcribir tres escenas famosas que sirven además para recoger todo lo que he ido explicando: el encuentro con el Gato de Cheshire (coincido con Jaime de Ojeda con que es Lewis Carroll introduciéndose de pleno en su propia obra); la reunión con la Liebre de Marzo y el Sombrerero; y la aparición en el jardín de la Reina de corazones (en la que la sátira alcanza su cenit):


«(...), cuando se sobresaltó un tanto al ver al Gato de Cheshire posado sobre la rama de un árbol a unos cuantos metros de donde ella estaba.

El Gato sonrió al ver a Alicia. Parecía tener buen carácter, consideró Alicia; pero también tenía unas uñas muy largas y un gran número de dientes, de forma que pensó que convendría tratarlo con el debido respeto.
–Minino de Cheshire –empezó algo taimadamente, pues no estaba del todo segura de que le fuera a gustar el cariñoso tratamiento; pero el Gato siguió sonriendo más y más. "¡Vaya! Parece que le va gustando", pensó Alicia, y continuó–: ¿Me podrías indicar, por favor, hacia dónde tengo que ir desde aquí?
–Eso depende de adónde quieras llegar –contestó el Gato.
–A mí no me importa demasiado adónde...–empezó a explicar Alicia.
–En ese caso, da igual hacia adónde vayas –interrumpió el Gato.
–...siempre que llegue a alguna parte –terminó Alicia a modo de explicación.
–¡Oh! Siempre llegarás a alguna parte –dijo el Gato–, si caminas lo bastante.
A Alicia le pareció que esto era innegable, de forma que intentó preguntarle algo más:
–¿Qué clase de gente vive por estos parajes?
–Por ahí –contestó el Gato volviendo una pata hacia su derecha–, vive un sombrerero; y por allá –continuó volviendo la otra pata–, vive una liebre de marzo. Visita al que te plazca: ambos están igual de locos.
–Pero es que a mí no me gusta estar entre locos –observó Alicia.
–Eso sí que no lo puedes evitar –repuso el Gato–; todos estamos locos por aquí. Yo estoy loco; tú también lo estás.
–Y ¿cómo sabes tú si yo estoy loca? –le preguntó Alicia.
–Has de estarlo a la fuerza –le contestó el Gato–, de lo contrario no habrías venido aquí.»





«El Gato de Cheshire» de Tenniel (el espacio en blanco, naturalmente, corresponde a un marco de texto).




«La mesa era bien grande, y, sin embargo, los tres se habían agrupado muy juntos en torno a una esquina. "¡No hay sitio! ¡No hay sitio!", se pusieron a vociferar apenas vieron que Alicia se les acercaba.
–¡Hay sitio de sobra! –replicó Alicia indignada sentándose en una amplia butacona que estaba arrimada a un lado de la mesa.
–¿Te apetece un poco de vino? –insinuó meliflua la Liebre de Marzo. Alicia miró por toda la mesa sin ver más que té, por lo que observó:
–No veo ese vino por ninguna parte.
–No lo hay –replicó en seguida la Liebre de Marzo.
–Entonces, no ha sido nada amable el ofrecérmelo –dijo Alicia enojada.
–Tampoco lo ha sido sentarse a esta mesa sin haber sido invitada –repuso la  Liebre.
–¡Cualquiera diría que la mesa fuera sólo para ustedes! –dijo Alicia–. Puedo ver que está puesta para muchas más de tres personas.
A todo esto, el Sombrerero, que había estado observando a Alicia con gran curiosidad, le dijo:
–¡Lo que tú necesitas es un buen corte de pelo! –Era lo primero que se le había ocurrido decir en un buen rato.
–¡Debería usted acostumbrarse a no hacer comentarios personales! –contestó Alicia–. ¡Es de muy mala educación!
Al oír esto, el Sombrerero abrió desmesuradamente los ojos, pero todo lo que dijo fue:
–¿En qué se parece un cuervo a una mesa de escribir?
"¡Vaya! Parece que nos vamos a divertir un poco –pensó Alicia–. Me alegro de que les guste jugar a las adivinanzas...", y añadió en voz alta:
–Creo que sé la solución.
–¿Cómo? ¿Quieres decir que piensas decirnos la solución? –preguntó sorprendida la Liebre de Marzo.
–Precisamente –contestó Alicia.
–Entonces –continuó la Liebre–, debieras decir lo que piensas.
–¡Pero si es lo que estoy haciendo! –se apresuró a replicar Alicia–. Al menos..., al menos pienso lo que digo..., que después de todo viene a ser la misma cosa, ¿no?
–¿La misma cosa? ¡De ninguna manera! –negó enfáticamente el Sombrerero–. ¡Hala! Si fuera así, entonces también daría igual decir "veo cuanto como" que "como cuanto veo".
–¡Qué barbaridad! –coreó la Liebre de Marzo.»





«La Liebre de Marzo y el Sombrerero» de Tenniel.




«–¡En pie! –les gritó la Reina con voz estridente y fuerte; los tres jardineros se levantaron en el acto y se pusieron a hacer profundas reverencias al Rey, a la Reina, a los Infantes Reales y a toda la comitiva.
–¡Basta! –gritó la Reina–. ¡Me están mareando! –y señalando al rosal añadió–: ¿Se puede saber qué es lo que habéis estado haciendo aquí?
–Con la venia de Vuestra Majestad –empezó a explicar el Dos con tono más que humilde e hincando una rodilla mientras hablaba–, estábamos intentando...
–¡Ya veo! –dijo la Reina, que mientras tanto había estado examinando las rosas–. ¡Que les corten la cabeza!
Tras de lo cual el cortejo continuó su progreso; tres soldados quedaron detrás con el encargo de ejecutar a los desgraciados jardineros, que corrieron a pedirle protección a Alicia.
–¡No perderéis la cabeza! –les dijo Alicia, y los metió en una gran maceta que estaba por ahí. Los tres soldados estuvieron errando durante algún rato buscándolos, y luego se marcharon tranquilamente con los demás.
–¿Han perdido sus cabezas?
–Sus cabezas se han perdido, así le plazca a Vuestra Majestad –respondieron impávidos los soldados.
–¡Así me gusta! –replicó la Reina a voces, y luego–: ¿Sabes jugar al croquet?»







En definitiva, una experiencia onírica única a través de una narración ágil y atrayente, repleta de razonamientos ingeniosos y de conversaciones absurdas que puede llegar a lo hilarante. El personaje de Alicia se gana un cálido hueco en el corazón del lector, que se apena del fin de cada originalísimo episodio a cambio de asistir maravillado al que continúa. Y esto creo que es fundamentalmente, aparte de lo dicho, porque el niño que llevamos dentro se descubre dentro de la mente espontánea y el corazón ingenuo de la protagonista. Y hago hincapié en lo mucho que tiene de sátira «Alicia en el país de las maravillas», que ridiculiza al modoso pero estéril adulto en pos de la desenfadada e inagotable visión de los niños. Todo ello hay que agradecérselo a un autor muy especial.





Charles Lutwidge Dodgson (Lewis Carroll) en 1863.



Conclusiones:


«Alicia en el país de las maravillas» es, ante todo, un juego que atrapa al lector en sus dilemas lingüísticos, en sus episodios absurdos hasta lo hilarante, en sus cabriolas lógicas y en su originalidad desbordante; pero otro factor fundamental es el perfecto marco onírico que el autor nos propone, con un estilo ágil –se explica en gran medida en la circunstancia en que se concibió, improvisada– y concentrado que siempre descarta el añadir por añadir. 


Mención aparte merece la transcendencia que se descubre tras su aparente sencillez de narrativa infantil: la obra es una ingeniosa sátira al puritano mundo victoriano y al mundo adulto en general. ¿Qué provoca en el lector? Pues, precisamente, que se identifique en mayor o menor medida con esas sátiras y que se ría de sí mismo y/o de los adultos que le rodean (y que le aplicaron semejante "severidad" durante su infancia). No nos cuesta aceptar las pintorescas peripecias de Alicia porque muy hábilmente Carroll las dota de una relación lógica que contribuye a la inmersión profunda del lector, que disculpa de buena gana los errores o descuidos de la protagonista  en su ingenuidad de niña y en el hecho de que "solo esté soñando".


Alicia nos propone salir de nuestra cuadriculada percepción de la vida y nos introduce en la inagotable fuente de posibilidades del sueño a través de nuestro "yo" infantil, del niño que llevamos dentro, que por momentos resucita en las respuestas y pensamientos de la protagonista, en el hastío y la incomprensión que manifiesta hacia la rigidez del mundo adulto y que nosotros también sentimos en su día. En este rol tan íntimo nos entusiasmamos con la intensa extrañeza de cada episodio y, de alguna manera, sentimos dejar algo importante al término de cada uno, pero en seguida nos envuelve magnética la siguiente escena.

He de alabar también al ilustrador John Tenniel, al que Carroll encomendó las ilustraciones –todas las de esta entrada son de su autoría–, para la edición original de Alicia (Lewis Carroll trató de hacerlas por sí mismo en primera instancia, pero le faltó tiempo y técnica). Tenniel cumplió con creces, y sus ilustraciones siguen siendo las mejores (incluso más que las que luego hiciera el gran Arthur Rackham); fue una conjunción feliz de artistas que supieron exactamente lo que debía representar el espíritu de Alicia.

Lectura muy recomendable. Será difícil que nos olvidemos de esa revolucionaria que es Alicia en su propio mundo de las maravillas, de su bendita espontaneidad y frescura de carácter. No viene nada mal recordar lo que fue ser un niño.

8 comentarios:

  1. Hola Alex,
    Me ha gustado muchísimo tu entrada (que por cierto, por fin he podido leer una entera) y sobretodo me ha hecho recordar algunas sensaciones de cuando lo leí (que por desgracia, hace demasiado, así que espero pronto poder releerlo, aunque aún no sé si en español/catalán o en inglés...), como esa experiencia onírica a la que uno se entrega sin dudas, pese a que si Alicia fuera un adulto sería incapaz de hacerlo; Cuando Alicia cae por la madriguera, en ningún momento piensa como volverá. Cuando lo leí yo, de jovencita, tampoco pensaba en el retorno y sin embargo, ahora seguramente sería incapaz de entregarme con tanta seguridad a un destino incierto.
    Tengo ganas de leerlo desde una visión más adulta y sin duda, tu entrada me ha despertado aún más ganas.

    Gracias y un beso.

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    1. Hola Isa,
      me alegro de que la entrada te haya gustado y que aliente a que vuelvas a leerla después de tantos años. Si tienes la suficiente desenvoltura con el inglés como para detectar todos los juegos lingüísticos que el autor propone, sin duda tu experiencia será más rica y envolvente. La traducción de Alianza que he empleado yo para la lectura me ha parecido excelente.
      Quizá, pese a los años transcurridos, no temas el caerte a la madriguera, sobre todo porque "los sueños sueños son" (punto clave del atractivo de la obra); incluso los que han dejado de ser niños se atreven aún a soñar –¡menos mal!–. Los sueños son íntimos y su irracionalidad nos exime de excusarnos o avergonzarnos frente al mundo.
      Estaré atento, pues, a tu futura reseña sobre Alicia. Un saludo.

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  2. Surrealismo onírico abierto a interpretaciones y no del gusto de todos los lectores por muy famosa, reconocida, recomendada, homenajeada y reivindicada que sea la novela.

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    1. Yo en esta entrada he dado por hecho que le gustará a prácticamente todo el mundo, pero tiene usted razón, sí que he leído (en otros libros con formas similares como «Las trece vidas y media del capitán Osoazul») algunas desafecciones, lectores que salen repelidos de lo "infantil".
      De Alicia me sorprendió que fuera uno de los libros más citados en los trabajos científicos (me pega más Borges). Una lectura muy entretenida y que despierta en el adulto algún rincón dormido; a ver qué tal «A través del espejo».
      Gracias por su aportación. Un saludo.

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  3. Entradas como esta me hacen reparar, nuevamente, en cuantísimo talento hay "desperdiciado" por el mundo. Solo hay que fijarse en la diferencia de seguidores de este blog con respecto a muchos otros que hay circulando por la blogosfera y cuyo contenido, al lado del de este es, cuando menos, nimio.
    Con el tiempo uno se da cuenta de que los seguidores se remiten a algo simbólico, pues de los 500 que puede tener cualquier web, solo unos pocos son lectores asiduos de sus publicaciones, y otros muchos se limitan a leer por encima las entradas para poder comentar algo coherente –palabras vacías, por lo general– y que el administrador agradezca su "interés", a menudo movido –el interés de quien comenta– por la creencia de que de esa manera está reclutando lectores potenciales para su propio blog. No obstante, un texto no es (casi)nada sin un lector que se enriquezca gracias a él, y si todas las publicaciones superfluas de las que hablaba antes tienen "derecho" a ser leídas, ¿por qué análisis como este parecen no tenerlo? Hay críticas que, más que tener derecho a ser leídas, lo merecen. Y esta es una de ellas.
    «Alicia en el país de las maravillas» es uno de los libros más apreciados de mi estantería, no solo por su simbolismo o el doble fondo de sus palabras, sino por tener una esencia tan sólida que empapa indistintamente a cualquier lector –experimentado o no tanto– que se interne entre sus páginas. No obstante, cualquier cosa que pueda expresar yo a su respecto no será más que una opinión de más, pues tu reseña –y prácticamente todas las que he leído en este blog– lo describe todo a la perfección, de modo que confesándome admiradora de tu diestra pluma y convirtiéndola, asimismo, en una aspiración, no me queda más que despedirme y animarte a que sigas analizando cuantas obras puedas, pues lectores como yo, aunque no siempre tengan tiempo para dejarte unas palabras a modo de comentario, lo agradecerán infinitamente.
    Un saludo,
    Momo.*

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    Respuestas
    1. Ni en lo que circunscribe este blog ni en todas las producciones que he ido elaborando por una u otra razón a lo largo de mi vida había recibido tanto elogio. De hecho prácticamente nunca he recibido elogio. Ello hace tu comentario tanto más agradable.
      Estoy de acuerdo con tu opinión al respecto del funcionamiento del mundo Blogger. Hay algunos que son muy buenos, pero la mayoría, por desgracia, recuerdan más a un muro de Tuenti o similar que a lo que puede entenderse como un espacio riguroso y fecundo. Mi blog tiene mucho antes la intención que la capacidad para llevar a cabo dicho rigor, es por ello que mi valoración sea modesta. Por otra parte, el lograr suscriptores a menudo depende de comentar en otros blogs, y esto es muy difícil en mi caso teniendo en cuenta: por un lado el que escasos bloggers lean clásicos; por el otro, el hecho de que si no se tiene nada productivo que decir, mejor callarse.
      La impresión con la que sintetizas Alicia supone, en efecto, la viga maestra de su atracción irresistible. No es, en última instancia, su lenguaje sencillo, su irrepetible imaginativa o lo cómico de sus situaciones absurdas, sino el hecho de que el lector se sienta íntimamente identificado sin saberlo; su orgullo desaparece y se abre plenamente: a veces se ríe de sí mismo, claro, también sin saberlo.
      Por último, inevitablemente he de cuestionar la destreza de mi escritura, que tantas veces su pretendida precisión se vuelve contra sí misma, espesándola, o comete errores sintácticos o expresivos de lo más obvios.
      Reitero el agradecimiento que me suscita tu generoso comentario y aprovecho asimismo para elogiar tus reseñas, que también leo y en las cuales no falta nunca tanto nivel intelectual y experiencia literaria como un párrafo de impresiones propias no al alcance de muchas sensibilidades.
      Un saludo.

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    2. Reflexión interesante. Gracias por compartirla.

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    3. No estoy seguro si se refiere al generoso comentario de Momo o al mío (o a los dos), pero en cualquier caso le agradezco su comentario y que dedique parte de su tiempo a leer mi blog, pese a estar repleto, por desgracia, de bagatelas.
      Un saludo.

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