sábado, 8 de noviembre de 2014

«Un episodio vergonzoso» de Dostoievski.

Crítica a la clase pudiente en la que el autor demuestra magistralmente la crisis que se genera cuando la idea de uno mismo se enfrenta a la realidad mediante la acción

Antes de nada...

Si el lector no se encontrara en la disposición de leer el análisis entero, recuerdo que existe una conclusión al final a modo de breve reseña literaria.

El análisis no contiene spoilers, aunque se hace alusión a algún acontecimiento de la historia –imprescindibles para explicar su esencia– de relevancia menor, es decir, que no afectan al interés por la lectura (similares eran a los que había en el propio prólogo de mi edición).

También tenéis la opción de tirar de las líneas remarcadas para saltar directamente a las zonas que he considerado importantes.

La primera imagen corresponde a la edición del libro que he empleado para la lectura. Téngase en cuenta que mi edición contiene tres relatos y que la ilustración alude al primero, «Noches blancas», y no al presente que vamos a analizar.

Agradezco cualquier impresión o corrección. Un saludo.


Análisis:

Esta breve obra publicada en 1862 se halla situada tras la reclusión de su autor en Siberia y deja en evidencia el cambio decisivo de intención en su carácter. Del Dostoievski influenciado por el Romanticismo (patente por ejemplo en «Noches blancas», relato que se incluye también en la presente edición junto a «El pequeño héroe») pasamos al que está sosteniendo críticamente la realidad más cruda; pero en «Un episodio vergonzoso» todavía no existe en el sentido estricto esa pulida esencia existencial y universal que quedaría plasmada en sus grandes obras, las que le convertirían en literato inmortal.



Edición 2012 de Alianza (diseño de cubierta: Manuel Estrada).



Calca el perfil del alto funcionario hipócrita que no siendo en verdad más elevado que sus subordinados salvo en lo referido a nivel pecuniario –y las facilidades educativas que esto le han procurado en su evolución vital– posee sin embargo una ridícula concepción de superioridad que se deleita en su propia exteriorización condescendiente, en verdad y en cierto sentido, al más puro estilo de la nobleza medieval. Supuso al parecer una actitud extendida en la alta sociedad tras el Edicto de Emancipación de los siervos del año 1861, etapa de renovación en Rusia. Entonces se daban a sí mismos una nueva forma de fatuidad basada en una cínica actitud de supuesto “progresismo” o “humanitarismo”, que no era otra cosa que hacerse parecer amables ante el precario trabajador –y para lucirse, de paso también, ante sus iguales– tratándole en el fondo de parecida manera respecto a anteriormente. De hecho, la intención de nuestro protagonista en el desafortunado episodio que sirve de viga maestra para la narración es la de demostrarse a sí mismo –y, como hemos dicho, a sus rivales– una “magnanimidad” de carácter. Ahí resulta –piensa él cuando no está todavía demasiado ebrio– que dará una lección ejemplar a todos, que él es severo pero también accesible; que gracias a su “pericia” y su elogiable carisma podrá contentar a sus subordinados y así ellos le respetarán y le querrán sin reproche (aún a expensas de sus miserables situaciones laborales).

Con la insuperable maestría psicológica que le caracteriza Dostoievski plantea no sólo el dilema de las clases sociales –que en el fondo únicamente se diferencian por el confort y las modificaciones en la personalidad que éste extiende, normalmente para mal– sino también lo mucho que se malinterpretan a nivel personal, cuando la marcada diferencia de estatus parece diluirse artificialmente y, sin embargo, lo bien que se pueden entender en cuanto a egos; algo así como el niño que se cree mejor niño por tener un juguete novedoso, exclusivo, de precio prohibitivo. Pero si dejamos el juguete a un lado, la sonrisa de suficiencia desaparece torpemente. La torpeza, en verdad, de nuestro protagonista, el general cuarentón Ivan Ilich Pralinski, se retrata a un nivel de detalle excelso, de manera que no se nos escapará nada de su perfil psicológico. Su orgullo, su falsa superioridad –que esconden en verdad a una inteligencia mediocre, insegura y orgullosa en la orientación infantil de la palabra– le llevan a imaginarse como protagonista, como alguien importante (mismamente sueña con que se levantarán estatuas suyas, con ser alguien recordado por su “labor”). Para ello irrumpirá en la cochambrosa casa de uno de sus empleados, que se halla celebrando su boda y en la que se divierten con estrépito un prosaico elenco de invitados enmarcados en la clase baja.

Pero la confrontación con la realidad no se hará esperar, estrepitosa, cruda, lamentable e incluso grotesca. Su bobo orgullo le conduce a insistir constantemente en su torpeza una y otra vez, y el alcohol hace el resto. Sus subordinados presentan reacciones dispares y muy reconocibles, entre las que quizá predomine esa actitud de fastidio ante el “jefe idiota y pelmazo del que, sin embargo, depende nuestra vida y bienestar” –la eterna hipocresía del señor y la del esclavo y las relaciones que extienden entre sí–. Se detecta ante la significativa respuesta del orgulloso y vengativo periodista:

«¡Sí, usted ha venido a pavonearse con su humanitarismo! Le ha aguado usted la fiesta a todo el mundo. Ha bebido usted champaña sin pensar que es demasiado caro para un empleado con diez rublos mensuales de sueldo. ¡Y sospecho que es usted uno de esos jueces que se encalabrinan con las mujeres jóvenes de sus empleados! Y no sólo eso, sino que además estoy seguro de que usted apoya el pago de gratificaciones… ¡Sí, sí, sí!»

Tras el desenlace desastroso –un verdadero “episodio vergonzoso”– el apocamiento de Ivan Ilich, una vez éste se recupera, proyecta sobre la fachada de su espíritu el más turbulento pavor. Pero se recupera, como sólo los idiotas dignos a causa de su intocabilidad saben recuperarse –el confort dispone bien–. Aun con eso, Dostoievski se sale con la suya, ya que al final nuestro general no tiene más remedio que admitir ruborizado que –no obstante de lo que le revolviera la sola idea– no se halla «a la altura de las circunstancias». Y éste es el problema más transcendental: ¿quién está a la altura de mandar, y de servir? Y por acotar: ¿quién está acaso a la altura de sí mismo?




«El Broomielaw, Glasgow» de Atkinson Grimshaw.



Pero debo centrar mi atención para terminar sobre la víctima de todo esto, sobre el empleado Pseldonimov, pobre, humillado y ofendido, pero condenado a aguantar pese a todo. De suegro tiránico y monstruoso, mujer mala y parasitaria, jefe idiota y perjudicial; bueno, y, pese a todo, madre santa y entregada hasta la pasión. Podemos sentirnos perfectamente identificados con la actitud de aguante de Pseldonimov, de confusión, de ofensa reprimida. Podemos sentir como un chorro directo a la cara la humillación universal basada en el más ruin sinsentido, en la más arraigada y desesperante injusticia. Y, por Dios, ¿cuándo se acabará del todo y por siempre? ¿Cuando la humanidad será lo suficiente digna de sí misma como para extirpar semejante cáncer? ¿Lo ha contemplado en toda su atrocidad todavía más de un puñado de personas a cada generación?


Conclusiones:

Relato que si bien no pertenece a las obras destacadas del autor, supone igualmente una delicia de lectura por esa magistral capacidad de Dostoievski de plasmar el alma humana en letras. El orgullo tan seguro de sí mismo siendo en verdad un malicioso capricho infantil; las dudas, la vergüenza, el error patoso, la confrontación con la verdad y el derrumbamiento de la presunción, de todo ello nos habla «Un episodio vergonzoso».

Pero también de la diferencia entre clases sociales, del hipócrita trato que se dirigen entre sí: unos cuidando su servilismo para subsistir, los otros cuidando su autoritarismo para lucir. Nos coloca, pues, simultáneamente en el contexto de la Rusia de la época, en la que se estaba ejecutando una renovación en la perspectiva aristocrática para con el proletariado que no resultó en verdad sino poco más que un adorno. Se deduce que muchos componentes de las clases bajas odiaban sinceramente a esos señoritos que decían luchar por sus derechos.

Se repite un tema usual en Dostoievski, a saber, el orgullo que se sobrestima hasta que se obliga a sí mismo a ponerse a prueba, tras lo que viene la consecuente redención ante la realidad esclarecedora.

Es mi autor favorito, así que no voy a dejar de recomendar su lectura tanto como de su obra en general.

7 comentarios:

  1. Soy Carlos.

    Justo acabo de terminar "Noches Blancas" (me encantan las traducciones y portadas de AE), y en especial me atrapó este relato, donde a mi ver es claro el cambio de intenciones, quedando marcada la "segunda etapa" de Dostoyevski (he pasado por Los Hermanos Karamázov, Humillados y ofendidos y apuntes del subsuelo). Muy atinado tu análisis y bastante claro. Felicidades.

    Me llamó la atención tu artículo sobre la bajada de ritmo de tus escritos. Sumamente interesante y con el que me identifiqué en muchos aspectos. Le echaré un ojo a los demás artículos que me han parecido interesantes al pasar. Ojalá podamos cruzar ideas. Saludo mi buen.



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    1. Hola Carlos,

      Me alegra que te haya resultado útil la entrada y, sobre todo, que te guste Dostoievski. «Noches blancas» es una novelita encantadora (¿has visto la película de Visconti?); aparentemente centrada en un tema romántico pero, más allá de eso, una apasionante descripción del arquetipo del soñador. «Un episodio vergonzoso» ya no es un juego íntimo de un escritor un tanto ingenuo, sino la mirada crítica del hombre que ya está visionando cosas grandes, que ha advertido (prematuramente, es un genio) la decadencia del hombre moderno y trata de abordarla desde distintos ángulos. No es más (ni menos) que un aperitivo de lo que vendría después, pero eso no desmerece este relato lo más mínimo.

      No he leído ni «Humillados y ofendidos» (aunque tengo sendas referencias de esta novela, y entre ellas guardo con especial atención la de Tolstói y la de Nietzsche), ni tampoco «Los hermanos Karamazov» (¡la última novela del autor, el compendio de todas sus inquietudes! Quiero reservármela para el final...); ojalá tuviera tiempo para leer, pero la verdad es que entre unas cosas y otras llevo ya meses sin apenas avanzar nada (llevo meses, precisamente, con «El idiota», no he llegado aún a la mitad, por desgracia).

      Has leído los «Apuntes del subsuelo» así que si compartes cierta afinidad con el tormento del protagonista puedes entender perfectamente lo que me ocurrió (y ocurrirá, solo un ingenuo pensaría que «eso» ha pasado para siempre), el gusto por la ficción y el desprecio hacia la realidad se hacen tan grandes respectivamente que sufres de manera indecible cuando tienes que tomar las riendas de tu vida.

      Encantado de cruzar ideas Carlos, cuando quieras ya sabes dónde estoy.

      Un saludo y gracias por aportar.

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    2. Tengo pendiente la película de Visconti.

      "Humilllados y ofendidos" es otra mega obra, del talante de "Los Hermanos Karamázov".
      Inicié leyendo a nuestro autor con su última obra y sentía tristeza al pensar que al
      leer anteriores escritos terminaría desilusionado, pero no, ¡qué grata sorpresa! Aquí descubrí
      que ya era mi autor favorito. Qué gusto saber que pudo escribir varias obras.

      ¿Cómo no sentirse identificado con "Apuntes del subsuelo"? Observar todo ese abismo...

      Por el momento tengo buen ritmo con mis lecturas, ahora estoy con El Tío Goriot (qué grande es Balzac).
      Espero que acomodes tus tiempos y puedas continuar.

      Saludos, aquí nos leemos.

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    3. Hola Carlos,

      Balzac es muy bueno, pero hay que tener cuidado con esa prosa francesa del siglo XIX porque acostumbra a ser un tanto difícil, densa, y si eres una persona impaciente a la par que meticuloso (una mezcla un tanto absurda, pero es lo que me ocurre a mí por ejemplo) al final terminas frustrándote un poco. Pero por lo menos Balzac no es tan obsesivamente minucioso como Stendhal. Tienes por delante unas cuantas emociones hondas con el libro que estás leyendo.

      Como comentas es muy gratificante que Dostoievski no se quedara en una o dos grandes obras como la mayoría de los demás autores, sino que tiene ni más ni menos que cuatro pilares colosales («Crimen y castigo» y «Los hermanos Karamazov» por un lado, pero prácticamente a la misma altura «Los demonios» y «El idiota»), y obras magníficas como «Apuntes del subsuelo» (una bestia parda de obra, un caso único y visionario), «Humillados y ofendidos» o «Apuntes de la casa muerta». Aunque unas cuantas de las citadas no las haya leído todavía, sé perfectamente que son como las estimo.

      Lo de acomodar mis tiempos parece que se ha convertido en una tarea escabrosa, pues mientras trabajo apenas tengo tiempo y estoy muy cansado, lo que hace que el poco tiempo del que dispongo lo prefiera invertir en descansar sin más, desconectar (ya que estos libros son difíciles en su mayoría, requieren esfuerzo, concentración, implicación, una mente mínimamente descansada). Y, si no trabajo (que es lo que me puede pasar perfectamente en dos o cuatro meses), estoy tan atormentado pensando en qué hacer con mi vida y buscando soluciones (tratando de impedir que me encierre en mí mismo, que es mi tendencia natural), que evidentemente las posibilidades de leer son aún menores. ¡Vaya encrucijada, amigo! Pero el tiempo arreglará esta situación tarde o temprano, o eso espero.

      Un saludo y muchas gracias por tu comentario.

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    4. Efectivamente como bien señalas, he notado cierta densidad en la prosa de Balzac, entra demasiado en los detalles, si bien me doy cuenta en las primeras 50 páginas en que voy; cosa curiosa, porque al terminar siento un pequeño desasociego, como si no me quedara claro qué quiere decir, como si fueran ideas abiertas, sumado a que estoy convencido de que la literatua debe ser fácil de comprender aún cuando se ahonde en temas, ya sabes, más estilo ruso, y no Ulises, Fausto (que ya he leído pero vaya rompedera de cráneo -Fáusto en verso y prosa-). Con todo, me está gustantando bastante Balzac, tiene varias frases lapidarias y en ese sentido es un Dostoyevski; en fin, a veces llego cansado por las noches y creo que eso adheresa.

      Tengo en mente "La comedia humana" y la obra más larga de Proust. Será más adelante, porque a la mano tengo Cándido y Madame bovary.

      He pasado por esa incertitumbre de estar sin trabajo, si bien ahora me he acomodado de lo que estudié. Es un tormento, para mí lo fue, y es que trabajar es necesario.

      Aquí seguimos dando lata.




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    5. Hola Carlos,

      ya verás cómo te gusta Vautrin, todo un atino psicológico y un gran dilema moral para el lector (toda la novela es un gran dilema moral, en realidad).

      Estoy de acuerdo en que es preferible la fácil comprensión en la novela. Es decir, no hace falta que algo sea críptico para que sea profundo y complejo. Ahí están Camus, Dostoievski, Hemingway e incluso Salinger. Sin embargo, creo que una lectura plúmbea de vez en cuando (si posee transcendencia en el fondo, no me refiero a algo pedante sin más) también tiene algo de seductor. Además, no hay que subestimar ese "efecto Mallarmé", es decir, imágenes aparentemente indescifrables pero que generan sugestión, un significado inesperado y creado por cada lector a su modo.

      Mucho ánimo con Proust, yo no creo que me atreva con él hasta dentro de muchísimos años. «Madame Bovary» es más atractivo de lo que yo me esperaba. No es tan pesada, y tiene algo de lírica escondida en cada descripción, es muy suave en la mente del lector (advierto que esta opinión no es válida, porque no he terminado el libro, pero sí que sentí esos patrones).

      ¿Es mucha indiscreción por mi parte preguntarte lo que estudiaste?

      Habrá que seguir dando la lata, qué remedio ;)

      Un saludo.

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  2. Todavía tienes este ¿cana? Marzo2023

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