miércoles, 3 de septiembre de 2014

«Antígona» de Sófocles.

Famosa tragedia en la que el autor suma su creencia: el mortal que desdeña el orden divino camina a su fatalidad

Antes de nada...

Si el lector no se encontrara en la disposición de leer el análisis entero, recuerdo que existe una conclusión al final a modo de reseña literaria. 

Aviso que existen algunos spoilers en el análisis, que ni mucho menos perjudican el interés por la trama y que, por otra parte, son tan célebres que forman incluso parte de nuestra propia referencia cultural. En cualquier caso, se observará que trato de ceñirme a la personalidad de la obra, lo que me transmitió la lectura, y no de resumir la trama en sí. Si a pesar de todo no deseara el lector se delataran sucesos clave, recomiendo que vaya directamente a la conclusión antes señalada.

También tenéis la opción de tirar de las líneas remarcadas para saltar directamente a las zonas que he considerado importantes.

Tanto los primeros dos párrafos introductorios como la conclusión final son prácticamente idénticos a los que he expuesto en «Áyax»; «Las traquinias» y «Edipo Rey», dadas sus mismas estructuras e intencionalidad subyacente del autor.

La primera imagen corresponde a la versión del libro que yo mismo he leído.

Agradezco cualquier impresión o corrección. Un saludo.


Análisis:

Ya deduje en la comparación entre las traducciones de «La Odisea» a cargo de las editoriales Alianza y Gredos un cambio omnipresente en las expresiones usadas que, a veces, alteran de manera esencial la interpretación que recogemos del texto. Esto mismo se ha repetido al comparar mi lectura de Alianza con los textos dados en el resumen de la obra en la enciclopedia de literatura universal que poseo; lo que deja en relieve las enormes –a veces insalvables– diferencias que deben subyacer entre las dos lenguas, castellano y griego antiguo.



Edición 2013 de Alianza (diseño de cubierta: Manuel Estrada).



Como parece ser que va a ocurrir con toda obra teatral, el recuerdo que me queda es vago y disperso, se captan los sucesos clave y el sentimiento, pero poco más, a pesar de que un vistazo a cualquier página provoca que recuerde perfectamente la escena. Algo muy similar, pues, a lo que ya me ocurriera con «Hamlet», aunque en el presente caso sí ha existido una coherencia y cohesión en la obra.

Tras una innecesariamente larga introducción de 56 páginas, con todos esos datos que nunca están de más hasta que te retrasan un día en la lectura de la obra, nos enfrentamos a «Antígona» (que he preferido leer antes que «Edipo Rey» para entrenarme). La traducción pretende mantenerse fiel al estilo griego, de tal manera que las frases se retuercen, se “descolocan”, lo que provoca que para hallarlas significado muchas veces hay que encajar un breve pero molesto rompecabezas, esencialmente en los cantos. Y es precisamente en estos cantos donde la información se vuelve impresionantemente densa, críptica, a veces ininteligible. El traductor, José María Lucas de Dios, dice que en el original griego la impresión es la misma, y esto ayuda a que mi ignorancia no le señale a él como culpable directo de los galimatías que Sófocles nos llega a plantear en determinadas partes. Hasta tal punto, que en ocasiones deberemos fiarnos de nuestro instinto para sacar más sensaciones que conclusiones.

Dicho esto, quiero pasar a una impresión interesante. Pienso que el protagonista –me parece algo incluso obvio– no es Antígona, sino Creonte, el necio tirano de Tebas.

De todas las maneras, esta obra no deja de ser una tesis de las ideas de Sófocles demostradas de una manera –¿pedagógica?– a través de sus personajes que, aún, están dispuestos en mitad de unos acontecimientos demasiado forzados todo para que el propio Sófocles pueda darse la “razón” a sí mismo. Pues el problema de la tragedia no me parece que en la vida real pudiera resultar tan verdaderamente transcendental.

Ahí tenemos a Antígona, una defensora de las leyes divinas (no queda muy claro como ha de interpretarse eso en la política de las polis) pero, paradójicamente, se olvida de este punto al principio protegido con ardor en el momento en el que se dirige a su muerte. En tal circunstancia muestra un "mero" afecto hacia su familia, pero incluso aquí hay ciertas restricciones, pues desdeña a sus posibles hijos y a sus posibles maridos, por la razón de que estos pueden ser originados, mientras que no sus hermanos por no existir ya en vida ni madre ni padre. No deja de ser un razonamiento entre lo lunático y lo estúpido, al igual que esa afectación que le suscita el tema (desea vivir antes en el supuesto del Hades antes que hacerlo en el mundo de los vivos con la “agonía” de que su hermano no hubiese sido enterrado y honrado con libaciones). Igualmente de exagerado es su pronto suicidio, aunque poseen cierta belleza los cantos que exhala camino a la condena.

Luego está Creonte, un tirano tozudo, inflexible y orgulloso hasta lo infantil. Puede que sea valiente y tajante, pero no muestra raciocinio alguno, tampoco cuando Antígona le expone argumentos válidos y, ni siquiera, cuando su hijo le expone razones de fuerza evidente. Será el adivino Tiresias el que le haga despertar, pero no a causa de lucidez repentina sino a raíz del miedo que le suscita sus terribles predicciones. En este sentido se aprecian rasgos egocéntricos en el carácter de los personajes, pues también me lo parece Antígona en cierto modo (en nula consideración tiene, por ejemplo, el destino de su hermana Ismena, incluso se irrita con ella en primera instancia). Finalmente sufre su fatalidad en mitad de declaraciones con ese contenido universalmente trágico.

El personaje más interesante a mis ojos es precisamente su hijo Hemón, que habla con prudencia y gran juicio, y del que destacaré el siguiente extracto de su conversación con su padre para convencerle de dar marcha atrás en cuanto al asunto de la ya condenada Antígona:

«(…) No lleves, pues, dentro de ti una única forma de pensar, la de que lo que tú dices, y ninguna otra cosa, eso es lo correcto; pues el que piensa que él es el único que es sensato o que tiene una lengua o un alma que no tiene ningún otro, ésos al ser descubiertos se manifiestan vacíos. Por el contrario, el hombre, aunque se trate de uno que sea sabio, no es vergonzoso que aprenda muchas cosas y que no se mantenga inflexible en demasía. Ves que en las riberas de las corrientes torrenciales del invierno cuantos árboles ceden, ésos salvan sus ramas, mientras que los que resisten de raíz perecen. De igual forma, el que al frente de una nave mantiene tensa la escota y en nada cede, vuelca y en el futuro navega con la cubierta boca abajo. (…)»

De la manera en la que reacciona, colándose en la caverna donde encerraron a Antígona –colgada ya con una tira de su vestido– y llorándola ahí abrazada a su cintura para, más tarde, cuando llega su padre corriendo, despreciarle severamente, perseguirle un poco espada en mano, y acabar, finalmente, suicidándose abrazado a su amada –pues esto indica que bien la amaba–, ofrece una escena poderosa. Los dos cadáveres en tal postura, abrazados de todos modos, es sin duda un pasaje memorable.




«Antígona» de Frederic Leighton.



La reacción, en cambio, da la madre Eurídice, aunque puede resultar comprensible, no deja también de ser unilateralmente exagerada. Me gustan las palabras que pronuncia el anciano consejero Corifeo –omnipresente a pesar de su pasividad pero de intervenciones a veces interesantes– al ver marchar a Eurídice a palacio tras enterarse de la tragedia sin decir palabra ni reacción exteriorizada:

«CORIFEO. No sé. Pero a mí el silencio en exceso me parece estar unido a cosa grave lo mismo que el mucho griterío en balde.»

Así como también en la parte final aconsejando al destrozado Creonte:

«CORIFEO. Eso corresponde al futuro. Del presente es de lo que hay que hacer algo. El cuidado de esas otras cosas corresponde a quienes es preciso que corresponda.»

También voy a destacar un extracto de las palabras que le dirige el adivino Tiresias al todavía inflexible Creonte:

«(…) Por lo tanto, hijo mío, piensa en esto. Para todos los hombres es cosa común equivocarse; pero, después de que ha cometido la equivocación, aún no es hombre insensato y desgraciado aquel que tras haber caído en el mal pone remedio y no es inflexible. El orgullo, tenlo por cierto, se hace culpable de insensatez. (…)»

Y dos muestras de la pasión ardorosa inicial en Antígona, que no deja de ser uno de los rasgos capitales de la obra (el primero hacia su hermana y el segundo hacia Creonte):

«(…) Es hermoso para mí morir haciendo esto. Con él iré a yacer, querida, con un ser querido, tras llevar a cumplimiento un sagrado delito, porque mayor es el tiempo durante el que es preciso que dé satisfacción a los de abajo más que los de aquí, ya que allí estaré para siempre. Respecto a ti, si te parece, desprecia lo que es objeto de aprecio entre los dioses.»

«(…) No había yo de, por temer el parecer de hombre alguno, pagar ante los dioses el castigo por esto, puesto que el que había de morir lo sabía perfectamente –¿cómo no?–, aunque tú no lo hubieses decretado con anterioridad. Y si voy a morir antes de tiempo, por beneficio lo tengo, pues el que como yo vive en medio de numerosos males, ¿cómo ése no saca beneficio con morir? De esta forma, para mí al menos el alcanzar este destino en modo alguno es un pesar; más bien, si el cadáver del nacido de mi madre consintiera yo dejarlo muerto insepulto, de eso sentiría pesar, pero de esto de ahora no me duelo. Y si a ti te parece que ahora estoy llevando a cabo una empresa loca, quizá en cierto modo para un loco es para quien estoy siendo culpable de locura.»

Y también su desgarrador canto de camino a prisión (apréciese la modificación en el rumbo del discurso respecto a las anteriores muestras):


«Vedme, de la tierra patria ciudadanos,
el postrer camino
recorrer, y la postrera luz
contemplar del sol
y nunca otra vez, sino que a mí
el Hades que todo lo adormece
en vida me conduce
a la orilla del Aqueronte,
sin ser partícipe del himeneo,
sin que en mis desposorios
jamás algún canto se cantase,
sino que con el Aqueronte habré de desposarme.
(…)
¡Ay de mí, objeto de burla soy!
¡Por los dioses de mis padres! ¿Por qué
me afrentas no de muerta,
sino aún visible?
¡Ah, ciudad! ¡Ah, de la ciudad
hombres opulentos!
¡Ay, fuentes dirceas y de Tebas
la de hermosos carros sagrado recinto,
a pesar de todo por testigos a mí os uno,
cómo de lágrimas amigas me veo así privada,
por qué leyes a un encierro bajo túmulo funerario
de una muerte inaudita me encamino!
¡Ay, desdichada,
ni entre los vivos ni entre los muertos
compartiré mi existencia,
ni en compañía de los vivos ni en compañía de los muertos!
(…)
¡De quiénes yo un día, desdichada, nací!
¡Con quiénes maldita, sin bodas, yo
a compartir la morada voy!
¡Ay, desafortunadas bodas,
hermano, consiguiendo,
muriendo a mí aún en vida me mataste!»


Destacar también las breves apariciones de Ismena, la hermana de Antígona, único personaje enteramente realista y comedido que, a diferencia del unilateralismo de Antígona, muestra una clara preocupación por su hermana, hasta el punto de declarar estar dispuesta a cambiarse por ella y a compartir culpabilidad (Antígona rechaza más por cuestión de orgullo que con verdadero agradecimiento o consideración alguna hacia su hermana).



Sófocles (496 a. C.– 406 a. C.).



Terminar señalando el carácter de la obra, una defensa de los valores antiguos (las leyes y la consideración hacia el designio natural o divino), pero siempre abiertos –eso sí, hasta ciertos puntos– a los planteamientos racionales propiamente humanos. Concuerda, por lo demás, con el contexto histórico del propio Sófocles, plena progresión de oligarquía aristocrática a la democracia de Pericles y la sucesiva guerra perdida contra Esparta con los consiguientes desastres. Así, Sófocles adquiere una postura tolerante con lo nuevo pero sin dejar de mirar a lo que observa valioso en el pasado: está de acuerdo con la democracia de Pericles pero no con los demócratas o racionalistas radicales, él no sitúa al hombre como centro del universo, sino que destaca unas fuerzas ajenas que rigen su destino.


Conclusiones:

El lenguaje en los diálogos en prosa poseen una estructura muy similar a la Odisea. Otra cosa son los típicos cantos contenidos en la tragedia griega, que son densos y lentos de digerir, aunque por fortuna no alcanzan la extensión e importancia que en Esquilo a favor de los personajes principales que, por otra parte, nunca aparecen más de tres simultáneamente sin contar, por supuesto, el coro.

«Antígona», una de las tragedias más celebradas de la antigüedad, cuenta la crisis –que desemboca en fatalidad– generada cuando, según Sófocles, el ser humano pasa los límites que le han sido asignados con criterios erróneos y fuera del respeto a la ley divina. Se inspira, pues, en el contexto social de la Atenas de mediados del siglo V a. C., donde se están confrontando los poderes tradicionales oligárquicos con los movimientos de las clases bajas y medias a favor de la democracia, buscando una síntesis que acomode a las dos partes. Así pues, Sófocles recoge esa síntesis –que alcanzaría su máxima representación en el gobierno de Pericles– en el que contempla y defiende la antigua tradición pero manteniéndose abierto y de acuerdo con la democracia; eso sí, como hemos dicho, la tragedia la dispara precisamente en el momento en el que los hombres se sitúan en el centro del universo desdeñando a los dioses, llevándolos de tal forma su errado juicio personal a la fatalidad.

A Antígona le es insoportable el hecho de que su hermano yazca presa de los elementos, prohibidas las debidas libaciones, como represalia a su levantamiento. Decidida a enfrentar el criterio del tirano y familiar suyo Creonte, dirigente de Tebas en sustitución de Edipo, según el cual debe dejarse humillado y sin tributo el cadáver, llevará su resolución con entereza –pese a las flaquezas muy humanas que sufre llegado al punto más trágico–. Pero no es ella sola la que desfila exponiendo pláticas razonables al obstinado Creonte –representación de lo que Sófocles rechaza en un dirigente o político– en pos de la voluntad divina, sino que se unirá luego Hemón en un debate más racional y político, y, por último, el sabio adivino Tiresias, que es el más íntimo vínculo con la divinidad ultrajada por el tozudo tirano. Haciendo éste caso omiso hasta el último momento –Sófocles quiere asediarle por todos los flancos para dejarle en evidencia antes de proseguir–, el desenlace deja sin duda escenas de una belleza trágica memorable.

La estructura de las tragedias de Sófocles –que se basan en las sagas heroicas– se componen de un prólogo en el que las escenas ya están abiertas antes de pronunciarse el coro, que no es ya el protagonista de la obra como sí sucedía con Esquilo, y dentro del cual se enmarca la orientación de la obra. Después viene la párodos, que está siempre a cargo del coro y que da comienzo a la verdadera acción de la obra. Lo siguiente que tiene lugar es la entrada del mensajero, que va a traer una noticia de fuera mediante la cual se disparará la tragedia en sí. El punto central de la obra es el agón (enfrentamiento entre los actores), en el que se debate la problemática de la obra. Sucede luego el estásimo, característica típicamente sofoclea, en la que para crear tensión parece que todo se arregla –y se celebra este hecho–, pero sucede en verdad que no a tiempo, de forma que la tragedia se consuma. Finalmente, se cierra con las conclusiones de los supervivientes, terriblemente afectados, y las secuelas de la atrocidad quedan patentes, y rezuman en la mente del lector aún después de terminar.

La belleza y la particularidad de la escenificación de las más cruentas desgracias de las tragedias de Sófocles pertenecen a nuestro elenco cultural y poseen ese carácter universal que hace de una obra literaria un clásico. Gustará al que le sea afin el estilo griego y el género dramático en general, sobre todo por el añadido de ese espíritu exaltadamente desgarrador de la tragedia; si bien a algunos lectores pueden no atraerle este tipo de textos, conviene darles una oportunidad, téngase en cuenta también –si sirve de impulso– que son muy cortos. Mi valoración general es positiva a pesar de que su estilo arcaico pese en algunos momentos.

2 comentarios:

  1. Drama sociopolitico indirecto en su tiempo. Drama a secas, aunque no es poco lo que podremos leer en este libro, en la actualidad.

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    Respuestas
    1. Efectivamente. Debería encabezar cada entrada con un tema como usted hace.
      Un saludo.

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