domingo, 3 de agosto de 2014

«Odisea» de Homero.

El primer capítulo de nuestra literatura habla de perseverancia, amistad y hazañas de un modo muy especial

Antes de nada...

Si el lector no se encontrara en la disposición de leer el análisis entero, recuerdo que existe una conclusión al final a modo de breve reseña literaria. 

Espero que no se interpreten como spoilers determinadas escenas comentadas, que ni mucho menos perjudican el interés por la trama y que, por otra parte, son tan célebres que forman incluso parte de nuestra propia referencia cultural. En cualquier caso, se observará que trato de ceñirme a la personalidad de la obra, lo que me transmitió la lectura.

También tenéis la opción de tirar de las líneas remarcadas para saltar directamente a las zonas que he considerado importantes.

La primera imagen –como siempre– corresponde a la versión del libro que yo mismo he leído. La traducción de la presente se presenta bajo la estética de la prosa (menos encorsetada), pero considérese muy seriamente la edición de la editorial Gredos que, por lo demás, es máxima referencia para los textos clásicos. A mí la de Alianza, a cargo de Carlos García Gual, me ha parecido coherente y perfectamente apta.

Agradezco cualquier impresión o corrección. Un saludo.


Análisis:

«Háblame, Musa, del hombre de múltiples tretas que por muy largo tiempo anduvo errante, tras haber arrasado la sagrada ciudadela de Troya, y vio ciudades y conoció el modo de pensar de numerosas gentes. Muchas penas padeció en alta mar él en su ánimo, defendiendo la vida y el regreso de sus compañeros. Mas ni aun así los salvó por más que lo ansiaba. Por sus locuras, en efecto, ellos perecieron, ¡insensatos!, que devoraron las vacas de Helios Hiperión. De esto, parte al menos, diosa hija de Zeus, cuéntanos ahora a nosotros.»

Nunca había leído algo semejante a la Odisea. Es extraña y a la vez evidentemente universal; aburrida y, simultánea y paradójicamente, divertida y original; lenta y a la vez repleta de sucesos ricos y muy consecutivos; arcaica en su estilo y esencia y, a su vez, anclada al hombre de todos los tiempos.

La Odisea es un libro obligatorio por ser la piedra madre de la literatura occidental; como es lógico, la literatura posterior bebe de manera ineludible de la Odisea o, directamente, establece guiños directos a ella (el caso más evidente y sonoro el «Ulises» de Joyce).



Edición 2013 de Alianza (diseño de cubierta: Manuel Estrada).



Pero dejando esto a un lado –que no es poco-, veamos lo que la convierte en una lectura realmente valiosa en el cuerpo a cuerpo.

En primer lugar, identifico en el espíritu de la Odisea al carácter masculino, retratado de una manera casi perfecta. Para mí la masculinidad –y sus ideales y las confusiones que éstos extienden– está grabada de la mejor manera posible en las páginas de la Odisea. Esto no quita que pueda resultar igualmente interesante a multitud de mujeres, sobre todo porque se aleja hasta cierto punto de esa épica tipo «Ilíada» en el que la guerra y el heroísmo masculino son el centro de toda acción. En La Odisea existen cinco mujeres cuyas decisiones juegan un papel clave: Penélope, la mujer de Odiseo e idea de Homero de la mujer virtuosa; Atenea, hija de Zeus y principal valedora de Odiseo, sin la cual no tendría opción de triunfo alguno; Circe, la diosa hechicera de Eea, engañosa y terriblemente astuta; Calipso, la divina hija de Atlas, amante del protagonista; y Nausícaa, hija del soberano Alcínoo, que le procura una protección esencial. A mí me resultó inspirador, particularmente, el personaje de Circe, que desprende una fascinación exótica muy interesante tal y como Homero nos la presenta.

También hay que comentar la proyección magnífica que la Odisea nos extiende de la esencia genuina de la cultura occidental, todavía no influenciada por el cristianismo y la Iglesia que lo torció en figura atroz. Se puede ver una influencia clave que afectaría a Nietzsche: la falta de “compasión”, la inteligencia unida a la sensualidad, la sabiduría atada a la fuerza, al honor y al coraje. Es un mundo de aristócratas, de héroes, de gestas; un mundo de señores y esclavos, de dioses y mortales en el que la virtud es poderío y no la única compasión. El hacer bien al resto, de hecho, queda englobado dentro del concepto de poderío o de magnificencia.

Una cosa importante es la educación de la que hacen gala los señores. Los Feacios acogen a Odiseo de manera abrumadora –aún sin conocer sus intenciones ni identidad–, sentándole a la mesa de los nobles, cerca del rey. Luego recolectan grandes riquezas que regalarle y le disponen una nave que le lleve a Ítaca, aún a expensas que no lo pudiera agradar a Poseidón de acuerdo a determinada profecía. Lo mismo le ocurre a Telémaco en las casas de Néstor y Menelao respectivamente. También es acogido Odiseo de manera muy desinteresada por Eolo, Calipso, Nausícaa, y Eumeo, su porquerizo (en esas entrañables escenas que comparten amo y servidor). 

Lo más significativo es que no lo ven como lo que hoy entendemos por «compasión» tan pocas veces a la altura de sí misma, sino como un gesto que ni siquiera ha de pensarse, lógico, justo, de acuerdo a la voluntad y al carácter de sus dioses (y particularmente de Zeus Crónida). Con los regalos, además, se invierte en una amistad, y en ampliar el buen nombre del benefactor. Se relaciona la filantropía con nobleza y magnificencia y no tanto, como he dicho, con el concepto de «compasión» que muchos han entendido a lo largo de los últimos dos mil años.




«Ulises y Circe» de Jan Van Bijlert.



Los recursos empleados, repetitivos y constantes –como es normal en este tipo de textos–, hacen que el lector pueda perder cierto interés y acometa con frivolidad determinadas partes. Ocurre sobre todo con las presentaciones («el muy divino sufrido Odiseo»; «el juicioso Telémaco»; «Néstor el pastor de pueblos»; «la prudente Penélope»; «los Feacios de raudas naves»; «Zeus portador de la égida»; «Atenea de glaucos ojos»; «Poseidón el agitador de tierras», etc.), demás descripciones («la nave de negro casco»; «la aurora de rosáceos dedos»; «el bien construido techo»; «el mar de líquidos senderos», las constantes alusiones a la comida y las repetitivas descripciones de banquetes y libaciones, etc.) y determinadas figuras constantes («a fin de que me entere bien»; «les pareció bien el consejo»; «así que atiende bien a esto que voy a decirte»; «para que se aclare tu ánimo»; «se escapó del cerco de tus dientes», etc.). Bien avanzada la obra, uno empieza a encontrar el gusto a estas estructuras y las observa bellas y apetecibles (sin que ello las reste su debida pesadez en determinados puntos).

Un rasgo que ha llamado poderosamente mi atención es la confusión que provoca en la memoria del lector. Por un lado, es un volumen estándar (en mi caso quinientas páginas), en el que la temática queda claramente marcada en el ritmo de los 24 cantos, en los que la materia y los sucesos clave son palmariamente diferenciables y clasificables. Sin embargo, la sensación final es distinta; es como si la obra fuera mucho más vasta de lo que sugiere en sus resúmenes o la propia memoria del lector. En efecto, son asequibles los sucesos importantes y, sin embargo, infinidad de pequeños detalles, de gestos, quedan olvidados por la enorme cantidad que acogen las páginas, y de los que parece desprenderse un halo ciertamente encantador y significativo. Manifiesta un arcaico anticipo de la novela de aventuras de siempre pero, de alguna manera, consigue superar todos estas obras más modernas y matizadas –en su descomunal y evolucionado repertorio- debido a un mágico brillo que es muy real, y que no se debe tanto a la creatividad de Homero (brillante para la época) sino a la forma en la que plasma los acontecimientos y los gestos de los personajes, con ese valor añadido que es el lirismo, que no calificaría de épico salvo en escenas muy localizadas y más bien reducidas: el realismo en la Odisea se me representa efectivo. Hay, en efecto, un realismo en los sentimientos, en las acciones, en la psicología de los personajes; de hecho, creo que es uno de los puntos clave del éxito de este clásico, pues gracias a ello se acerca al hombre de todos los tiempos de una manera que no debemos subestimar en absoluto.

Centrando la vista en nuestro protagonista, diré que se trata de un personaje inolvidable, toda una esencia aventurera con el añadido de su celebérrima astucia (más original que verdaderamente aguda y, por tanto, bastante divertida). Odiseo es uno de los máximos exponentes literarios de perseverancia y sacrificio, es el alma del aventurero de todos los tiempos, pero también de la rectitud de carácter que esto deja transcender. Un personaje que se distancia significativamente de la mera personalidad épica, y deja translucir sentimientos y errores –como su soberbia frente al cíclope Polifemo una vez lo derrota– muy humanos. En definitiva, el protagonista de la Odisea nos es mucho más cercano de lo que en primera instancia podríamos plantear. Sus compañeros de viaje, por otra parte, son sinónimo de lealtad y de amistad, si bien dejan también escapar esas mismas equivocaciones y dudas tan humanas.



Busto de Homero (copia romana del siglo II a. C.)



Interpretar La Odisea es sondear en el espíritu occidental en el estado más genuino. La Odisea es la mejor manera de evocar un planeta que aún nos era infinito, en el a que todavía imaginábamos leyendas y remotos lugares fantásticos, criaturas terribles bajo las aguas inabarcables, la concepción de que no existen límites ni razón necesaria..., sólo voluntad y la fuerza que esta requiere para la consecución de una meta o perspectiva vital.

La belleza de este mundo incorrupto es algo que merece, con mucho, la pena ser vivido.


Conclusiones:

¿Lenguajes arcaicos y un género gastadísimo a lo largo de los siglos, con una imaginación demasiado ingenua? Prejuicios horrorosamente errados de los que me arrepentí como tantos otros. 

La Odisea es algo más, no está tanto en los grandes acontecimientos –como el destino de los pretendientes– o las escenas famosas –como la de las sirenas o el cíclope Polifemo–, que no son ni mucho menos dignas de representar su verdadera fuerza. El verdadero logro de esta maravilla radica en los pequeños gestos, en algunas frases de los personajes... Pero también en la proyección que se nos ofrece del origen de nuestra cultura, tan distinta a lo que hoy poseemos: se trata de una cultura occidental todavía intacta, a salvo del horror medieval y eclesiástico; aquí se observan indicios de las propias pasiones de Nietzsche, hombre que ve en la antigua Grecia la base de su perspectiva. 

Los valores en cuanto a modales, magnificencia, esa generosidad que tan poco entendemos hoy, pero más grandiosa; la sensación de vivir en una época en la que el mar no parecía tener límites, y en la que el valor de un hombre lo medían su valentía, su pericia y su carácter noble. Otra apreciación radica en que, probablemente, jamás se ha plasmado con tanta excelencia la masculinidad y sus diferentes matices y voluntades.

Odiseo está presente en el hombre de todos los tiempos. La Odisea se aleja de la épica griega de hasta entonces y deja translucir esos detalles, esas equivocaciones, dudas y sufrimientos tan puramente humanos.

2 comentarios:

  1. Curiosísima su insistencia en llamar la atención del lector sobre el manejo de "la masculinidad" en la obra. No lo había pensado pero tiene usted razón. Sin saber si es un motivo más poderoso que otros del libro, sí que es recurrente.

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    1. En la obra, y en el caso de Odiseo en particular, aprecié esos gestos, esas aspiraciones, esos rasgos comunes tan reconocibles en los hombres de todos los tiempos. Homero lo maneja muy bien, no son meros tópicos; creo que hay una relevante corriente de elegante hacer literario sobre la psicología masculina en «La Odisea».
      Le agradezco que haya dedicado parte de su tiempo a leer mi análisis. Un saludo.

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