domingo, 3 de agosto de 2014

«Hamlet» de Shakespeare.

Shakespeare demuestra que el «ser o no ser» tiene enigmas tan indescifrables para nosotros como para el eterno príncipe de Dinamarca

Antes de nada...

El análisis no contiene spoilers, a excepción de uno en el penúltimo párrafo, que en absoluto perjudica el interés por la trama –el propio traductor de mi tomo la analiza igualmente en el mismo prólogo–.


Si el lector no quisiera leer el análisis entero, dispone de una conclusión al final de la entrada a modo de breve reseña literaria.


También tenéis la opción de tirar de las líneas remarcadas para saltar directamente a las zonas que he considerado importantes.


La primera imagen corresponde a la cubierta de la edición del libro que yo mismo he empleado para la lectura.


Agradezco cualquier impresión o corrección. Un saludo.


Análisis:

Honestamente debiera decir que difícilmente sería posible realizar un mejor análisis breve de la obra como ya lo hace el propio Vicente Molina Foix, que introduce el prólogo de mi edición de Alianza Editorial. Lo subrayo en casi todos sus puntos.


Edición 2011 de Alianza (diseño de cubierta: Manuel Estrada).


Poco puedo decir de Hamlet, no me ha causado ni una gran impresión ni una huella a tener en cuenta. Al mismo tiempo que lo leía, todo lo que había ocurrido con anterioridad en la tragedia se difuminaba en mi mente, o se me descolocaba en una especie de galimatías inaprovechable.

Deduzco que, igual que leer el guión de una película de gran carga escénica es obviar, por pura fuerza, la mitad del valor de la obra, algo parecido debe ocurrir con las obras literarias teatrales: que tienen esa esencia y ese fin.

Al margen de eso, me ha dado la impresión de que la obra transcurre de una manera un tanto inconexa entre las diferentes escenas. A veces se precipita, otras dedica demasiado tiempo a las reflexiones de Hamlet, que si bien valiosas, se hacen redundantes.

Hamlet es un joven irresoluto, cínico, grandilocuente, a veces muy pasional y otras frívolo. El dilema central de la obra, el «ser o no ser», es valioso, pero no deja de ser, en mi opinión, insuficiente, y más teniendo en cuenta la gigantesca influencia y fama de la obra.

Hamlet podría clasificársele hoy día como un "gran vacilón". Es muy inteligente y sensible, también algo suspicaz, “paranoico”. Trata de idiotas –no sin razón– a su corte, sus referencias hacia ellos están llenas de burlones dobles sentidos. Es un maestro de la retórica, un virtuoso del lenguaje, quizá demasiado obsesionado con encontrar las expresiones precisas (de ahí su gesto extenuado de «palabras, palabras, palabras»). La esencia que vierte Shakespeare es muy singular, claramente incomparable pero, como ya he dicho, cansa por su insistencia. Las frases de Hamlet llegan a alcanzar en determinados puntos una complejidad tal, que se asemejan a los más crípticos axiomas filosóficos, también a figuras literarias misteriosas hasta el punto que se necesita un poco de “intuición” para sorber un mínimo de su sentido, ya que la mera razón no parece bastar para hacerse cargo de todo. Esto hace que la lectura sea dificultosa en determinadas partes; por otro lado, hay veces que retuerce los planteamientos de manera innecesaria, a mi juicio.





«La visión de Hamlet» de Pedro Américo.



No me he empapado de la obra. Mientras leía creía no quedarme con “nada”, pero abría el libro por cualquier página y recordaba perfectamente, mientras la tenía abierta a mis ojos, el contenido e intenciones del pasaje en cuestión.

Creo que la obra tiene un verdadero valor en lo particular, más que en la generalidad en sí. El valor reside en esos rifirrafes en las conversaciones, disputas y debates, en los soliloquios de Hamlet, y en las frases cortas de algunos personajes tan enigmáticos como el enterrador del último acto.

Pero la mayoría de los personajes poseen un significado que he apreciado como reducido, meramente simbólico para entender la trama principal, que corre de la mano de Hamlet casi en su totalidad. Hamlet es lo único verdaderamente valioso de la obra, lo demás son moduladores de sus propias acciones y torturas psicológicas; a pesar de que se puedan realizar con ellos algunas escenas bellas como ocurre cuando Ofelia pierde el juicio, y también la posterior escena evocada de su desgracia. La madre de Hamlet, la resignada reina Gertrudis, tiene también cierto encanto, una madre de toda la vida, a pesar de todo.

En Horacio hay otra horquilla de encanto: al final nos identificamos todos con él, pues Horacio se convierte en el papel de los espectadores, que contarán y recordarán la vida de Hamlet, la verdadera historia del eterno príncipe de Dinamarca.

A propósito de esto, no ha estado a mi juicio justificada la celebridad enorme que rodea a la obra, aunque sea intachable su calidad, su originalidad, su profundo e inmortal dilema. Para mí significó muchísimo más –entendiendo también, claro, que la circunstancia histórica era muy diferente– Dostoievski, por ejemplo, con su «Crimen y castigo», que este Hamlet que ha pasado sin dejar demasiado en mí: más bien bastante poco. A este respecto cabe comentar, que hace ya casi un año leí «Romeo yJulieta», y su lenguaje, más jovial, sencillo, musical, me llamó en mayor grado la atención.

No considero pertinente analizar los restantes personajes por las razones dadas arriba. Con saber su papel en la trama basta, no tienen ni el suficiente significado, ni repercusión verdaderamente útil, ni la bastante personalidad; hasta tal punto, que parecen ajenos a Hamlet, que le tratan como un “loco” y, sin embargo, es el único que posee rasgos apreciables, profundos, es el único carácter grande y digno de ser un símbolo inmortal que habita en la obra.


William Shakespeare (Retrato Chandos).


Tal y como dice Vicente Molina Foix en el prólogo, Hamlet es un hombre que “vive las preguntas”. Casi parece encajar con la figura del “filósofo apasionado”, al estilo Spinoza. Plantea diferentes posibilidades, extiende razones y sinrazones, tesis y antítesis, lo oportuno e inoportuno, lo digno e indigno…, pero termina siempre topándose con una “impotencia” en su ser, que le empuja hacia la inacción.

Será al final del último acto cuando verdaderamente actúe, y no será por voluntad propia, sino porque las mismas circunstancias externas le obligan a hacerlo de tal modo. De hecho, el asesinato de Polonio lo realiza de manera casi inconsciente, infantil, caprichosa, fruto de su caótica y casi desesperada situación mental, que le tiene en una tensión total y extenuaste.


A pesar de todo esto, reconozco con rotundidad el genio de Shakespeare y su estilo irrepetible. El que no me transmita demasiado no significa que no sea una referencia “obligada”, sobre todo a causa, precisamente, del mencionado estilo. No dejan de llamarme la atención «Otelo» y «Macbeth», y siento verdadera pena de no contactar íntimamente con este autor. Supongo que genios como el de Shakespeare o el de Dostoievski pueden suscitar reacciones y sentimientos muy contrarios entre los lectores y, en mi caso, me cansa un poco Shakespeare y, antagónicamente, me colma Dostoievski.


Conclusiones:

Una tragedia poderosa básicamente por su dilema universal: la acción frente a la inacción; la huella imperecedera o el vacuo aire irremediable. 

El que sea una gran obra, no quita para que pueda calificarla de sobrevalorada. Los acontecimientos se precipitan, o bien surgen de manera inconexa; algunas reflexiones se plasman de manera innecesariamente rebuscada, otras, en cambio, suponen axiomas filosóficos en toda regla, de una profundidad enigmática enorme, todo bajo ese inconfundible estilo de Shakespeare. 

Los personajes secundarios no parecen tener, en demasiadas ocasiones, más utilidad que la de suponer pequeñas vibraciones en el único personaje de verdadero interés: Hamlet, príncipe de Dinamarca; el inolvidable indeciso sensible, contradictorio, "filósofo poético", soberbio, burlón, condescendiente y exaltado noble: un espíritu renacentista condenado a lidiar con la bruta concepción medieval que le rodea y le atosiga. Esto, y su propia naturaleza, le torturan lo indecible; y no será él el que, en el final del último acto, decida la acción, sino que lo provocará una causa externa que no deja cabida a otra cosa. 

Dignos de destacar tanto al enterrador, con su lenguaje de un enigmático incomparable y, también, la escena terriblemente poética que Gertrudis hace de Ofelia en su fatalidad.

2 comentarios:

  1. Su profundidad es, por momentos, insondable, pero sus formas no son del gusto actual ni de atractivo fácil. Con todo, una de las obras más influyentes del autor para todos los escritores que vinieron después hasta nuestro días.

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    Respuestas
    1. Debería volver a leerla en un futuro no muy lejano. Me gustaron mucho más «Otelo», «Romeo y Julieta» y «Sueño de una noche de verano», seguramente, como usted apunta, no posea «Hamlet» unas formas atractivas para el lector actual. Puede que Hamlet no deje de ser un existencialista, y que se prefiera ir, por ejemplo, a los modernos Kafka, Camus o Dostoievski, con sus dilemas más cercanos y fácilmente identificables, expuestos sin mucha exaltación, que al enaltecido personaje de Shakespeare.
      Un saludo.

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